El fenómeno de las hambrunas
es tan antiguo como el hombre; ya la Sagrada Biblia en el segundo libro del
Pentateuco nos relata las plagas sufridas por israelitas y egipcios. Hoy en el
siglo XXI continúa el oprobio de una situación que el hombre no ha sido capaz
de resolver por mor de la desigualdad entre los siete mil millones de
habitantes que pueblan el planeta, de los que tres mil millones viven en la pobreza
o en su umbral.
Se trata pues de afrontar dos cuestiones, una la producción de alimentos y otra su distribución, añadiendo el alarmante crecimiento de la población mundial. Hoy por hoy, especialistas como Cormac ó Grada, o Günther Bauer alertan de que la situación empieza a ser alarmante; solo en el mundo occidental, considerando los países desarrollados, el precio de los alimentos genera un problema para muchas familias que viven en una considerable precariedad de medios económicos y se ven incapacitadas para adquirir siquiera alimentos básicos; solo hace falta observar a las personas que acuden semanalmente a las Cáritas parroquiales en busca de suministros, y nos referimos a familias normales con hijos, que han perdido el empleo y el subsidio de paro no alcanza sus necesidades; si a esto añadimos un goteo constante de inmigrantes, transeúntes y desheredados de la vida, nos situamos ante un panorama desolador.
Por el contrario uno ve con indignación la pérdida de infinidad de alimentos que terminan en vertederos por exceso de oferta en la sociedad de consumo, y el despilfarro de aquellos que hacen acopio estando saciados y no valoran el despendio moral que supone dejar comida “en el plato”.
Por otra parte, las remesas de
productos alimentarios que vergonzosamente son desechados por fecha de
caducidad nos indignan, y que bien gestionados podrían haber solucionado el
sustento de muchas familias. Es el inmisericorde rodillo de la burocracia que
entorpece, cuando no imposibilita, de forma irracional, que la ayuda llegue de
forma inmediata a los que verdaderamente la necesitan.
El mundo rico hace previsiones y valora las consecuencias, a nivel global, que puedan derivarse de la falta de alimentos para los más desfavorecidos que forman parte de la sociedad de los países desarrollados; sin embargo, el verdadero drama se vive en los países del tercer mundo en desarrollo, donde las guerras, las dictaduras y las persecuciones étnicas, políticas y religiosas producen migraciones masivas hacia una Europa que se ve incapaz de absorber, y que preocupan por lo que puedan afectar a la población incardinada de cada Estado de la UE que no contaba con un fenómeno migratorio a tan gran escala.
Por otra parte, si la
población mundial sigue aumentando, es posible que en 25 o 30 años nos situemos
en nueve mil millones de habitantes, lo que necesariamente deberá provocar un
cambio sustancial en la producción de alimentos, condicionado por las
alteraciones climáticas que afectaran de forma incuestionable a las cosechas
agrícolas, y en ese sentido el cambio climático acrecentaría el desplazamiento
masivo de gente procedente de regiones donde la sequía imposibilitaría producir alimentos básicos suficientes; sin
embargo hay quien apuesta por soluciones tecnológicas para una nueva era de producción
alimentaria.
Hoy, casi ya no nos conmueve, a
costa de ver día tras día imágenes de precarias embarcaciones que consiguen
alcanzar la isla de Lampedusa o las costas de Sicilia dejando decenas de
cadáveres en un Mediterráneo convertido en cementerio de hombres, mujeres y
niños que, presas de las mafias arriesgan sus vidas para sobrevivir.
Son los miles de inmigrantes procedentes del África subsahariana, Siria, Libia y otros lugares que huyen de la miseria y del estado Islámico.
Pero la catástrofe humanitaria
producida por el hambre y la imposibilidad de acceder a una vida digna podría
producirse en el hemisferio sur del planeta, donde la falta de recursos y el
crecimiento demográfico jugarían un papel mortal. El reto de los países
desarrollados es hallar la fórmula viable y sostenible para librar al mundo de
la pobreza extrema y el hambre.
Estoy seguro que podría
llegarse a un consenso, a una solución técnica en cuanto al sustento del género
humano a través de la evolución científica y sintética alimentaria, que
probablemente no tardará en llegar; pero la verdadera la espada de Damocles se
encuentra en los principios morales e ideológicos de los políticos que aboguen
por el derecho de todos los seres humanos al acceso a los alimentos y en
consecuencia apuesten por políticas de consenso moral por encima de postulados
ideológicos, del lucro de mercados, y
del control industrial y competente sobre materias primas.
Luis Álvarez de Vilallonga
Tarragona, 13 de Febrero de 2016
1 comentario:
que estéis todos bien...
Un buen fin de semana.
Abrazos
Marina
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