Hablar de política en tiempos
complejos, difíciles o complicados entiendo que es, para los que escribimos,
una imposición moral que cada cual decide a la hora de posicionarse
públicamente, aunque ello en democracia no suponga ningún mérito.
No cabe duda que los períodos
de crisis son terreno abonado para la floración de personajes populistas de
fácil retórica maniquea y reduccionista, salvadores de las desigualdades
sociales, que prometen erradicar la pobreza y ofreciendo un cambio idílico en
el que el Estado se hará cargo de todas las carencias de los ciudadanos donde
no habrá pobres ni ricos; pero más allá
de su impureza ideológica o la dejación de sus principios, estos nuevos
chamanes cubren y gravitan sobre un amplio espectro social frustrado, desde
posiciones socialistas pasando por el centro, la derecha hasta un liberalismo ataviado.
Es su momento y han florecido en los nuevos partidos pero también en algún otro
tradicional ha emergido el salvador de todos los males de la derecha, mostrando
una semántica gratuita y un nuevo significado del término progresista.
En su ABC populista inciden machaconamente en el cambio social, en una nueva forma de hacer política, cierto euroescepticismo, pero no delimitan los fines de los medios y cargan tintas sobre la corrupción como si su origen político fuera impoluto.
Vivimos un período en el que
la política se ha vuelto extremadamente ideológica y no se reconocen los
avances conseguidos tras la dictadura. Se pone en cuestión los beneficios de la
transición y hasta algunos señalan que el paso de dictadura a democracia no
existe sin ruptura, y en ese sentido aunque el argumento pueda tener cierta base
científica, en el caso de nuestra transición es la excepción que confirma la
regla, de ahí lo extraordinario del proceso y el reconocimiento unánime
internacional.
Pero donde más se concreta y personaliza el líder populista es en el contexto nacionalista. En efecto, el sentir identitario proviene de un origen trivial que lo identifica y, salvando las distancias, todo lo que esté fuera de la tribu es nocivo para ella; en el fondo todo catalán que no esté involucrado en el proces soberanista, cuanto menos molesta y aunque sean mayoría no se tienen en cuenta.
El iluminado ex President estaba ya consumido,
humillado, moralmente deslegitimado, y hasta denostado por buena parte de la
sociedad catalana, pero nos sorprendió
con su último golpe de mano nombrando a un nuevo presidente catalán, un nuevo
chaman que cumple a la perfección el encargo de su antecesor. Su discurso de
nombramiento a presidente del Parlament, no tiene desperdicio y cumple con todos los
requisitos de lo que debe ser el ejemplo de buen chaman. Con todo debo
reconocer que, si no se demuestra lo contrario, hoy por hoy es mi nuevo President y como tal debo acatarlo en
tanto no se pronuncien las instancias superiores del Estado.
Hemos visto, más que oído, la constitución de las nuevas Cortes Generales, en una sesión que fue un espectáculo variopinto, cuando no esperpéntico, protagonizado por la nueva savia de “señorías” que se estrenaron en el hemiciclo, pero la democracia tiene cosas que gusten o no deben aceptarse, y si la educación, las formas, o el decoro deben dejarse a un lado porque así lo demandan los nuevos representantes elegidos, habrá que resignarse pero no evitará, sin ánimo de ofender, que uno tenga la impresión de que la sesión de la que hablamos fue una feria vivida en el congreso.
Finalmente todos los políticos debieran tener claro que la UE es algo determinante en las políticas de los países miembros y aunque los retos que se avecinan para su fortalecimiento y consolidación pasan por la unión fiscal que tarde o temprano debe llegar. Alemania y Francia tienen mucho que decir al respecto y llegar a acuerdos que afectarán a su soberanía y a la todos los países miembros que en mayor o menor medida deberán ceder parte de la suya. Ante este reto España debe solventar cuanto antes su gobernabilidad y no dejar resquicios que puedan quebrar su unidad.
Luis Álvarez de Vilallonga
Tarragona, 14 de
enero de 2016
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