Cuando me siento ante el
ordenador, pasan por uno multitud de ideas sobre las que escribir. Un recurso
fácil y actual aunque comprometido, es elegir un tema político, pero opinar sobre ideas políticas, siempre es más fácil
que involucrarse en ellas.
Todos los partidos políticos cuando
han gobernado han sido susceptibles de responsabilidad por problemas de
desigualdad, racismo, pobreza, exclusión, feminismo, violencia de género, etc… que son inherentes a
nuestra sociedad y objeto de debate, aunque ya hemos visto el interés que tiene
el congreso en abordarlos, deshojando sin sentido la margarita electoral.
Cuando alguien se
empecina en anteponer los intereses personales y de partido a los problemas que
urge abordar en el país; la reciente convocatoria de nuevas elecciones muestran
el menosprecio de un presidente en funciones hacia todos los partidos del arco
parlamentario, y lo que es más grave hacia los propios ciudadanos.
Hastiados de tanta
incertidumbre, abordaremos el tema que enuncia el titular. Se trata de situar
el liberalismo en la actual coyuntura. El liberalismo como sistema político ha
sufrido un descrédito por diversas causas. Su éxito en las últimas décadas del
siglo XX hacía presagiar un modelo estable y duradero, pero la pérdida de
credibilidad por un exceso de confianza
ante el apoltronamiento de sus líderes, pasando por las contradicciones del
modelo económico que colisionaba con la ideología moral que establece límites
para cualquier exceso, hizo replantear su filosofía.
Bien es cierto que el llamado nuevo pensamiento liberal no debería pretender cambiar la sociedad de forma radical; dejar lo que funcionaba bien y cambiar lo que no funcionaba, aglutinando conceptos válidos de la Social Democracia y de la Democracia Cristiana, dejando el campo libre a la competitividad y, porque no, a la meritocracia y la inclusión.
Bien es cierto que el llamado nuevo pensamiento liberal no debería pretender cambiar la sociedad de forma radical; dejar lo que funcionaba bien y cambiar lo que no funcionaba, aglutinando conceptos válidos de la Social Democracia y de la Democracia Cristiana, dejando el campo libre a la competitividad y, porque no, a la meritocracia y la inclusión.
El liberalismo nunca escapó a
los antiguos ataques de fascistas y comunistas y lo cierto es que en la
actualidad el autoritarismo tanto de izquierda como de derecha, también de los
populistas retrógrados y progresistas, se opone a todo cuanto tenga un cierto
sahumerio liberal.
Ciertamente que el capitalismo
ha incidido de forma determinante sobre el sistema liberal, debiendo asumir sus
inconvenientes y ventajas pero siempre como fuerza desencadenante para el
crecimiento de la humanidad. Hay circunstancias que podrían atribuírseles
cierta debilidad en la voluntad política de afrontar de forma clara y rotunda su
argumento moral en la identidad universal e individual del ser humano o en los
derechos universales, en la educación, la sanidad y el empleo, o el tratamiento
de la pasada gran crisis, allá en los países donde han tenido responsabilidad
de gobierno.
Es cierto que en España desde
la Constitución de 1812 de las Cortes de Cadiz (la Pepa), la idea liberal ha sido
una constante derrotista; solo en la transición, durante el gobierno de UCD
hubo unos momentos de incipiente vigor por el liderazgo de Adolfo Suarez, que
pronto se vino abajo por la divergencia de ideas sin calado social, dentro de
los gobiernos centristas y sus propios militantes.
En el capítulo de la economía
liberal, ha habido un desliz incuestionable hacia el neoliberalismo salvaje,
una perversión de los patrones económicos y financieros que chocaban
directamente con el concepto político liberal.
El término “neoliberal”
culminó con la desregularización financiera en EEUU en 2008 y la globalización
económica con las salidas libres a la financiación económica.
La caída de Lheman Brothers
por las hipotecas y sectores financieros en Wall Street provocó aquella
sangrante recesión, de cuyas consecuencias todavía se resienten los estratos
más necesitados de la sociedad.
Vemos pues los rasgos más
destacados del actual liberalismo:
La desigualdad desorbitada sin
límites es una lacra y pone en peligro la propia democracia. Cualquier sistema
precisa ser revisado, adaptado a los nuevos tiempos; con mayor razón después de
sufrir una gran crisis económica de cuya globalización nadie salió indemne.
No prometer un crecimiento al
progresismo infinito, pero tampoco un estancamiento en un conservadurismo sin
ajustes reales. Cambios graduales pensando siempre en los efectos negativos
sobre los más desfavorecidos. Creer en la dignidad humana requiere una fe
axiomática. El derecho universal es un valor intrínseco e inalienable. y La
autenticidad debe responder ante la moralidad.
Ante estos postulados en el
amplio abanico liberal que abarca posiciones conservadoras y progresistas. Uno
se pregunta: ¿Dónde quedan con los principios éticos parara gobernar la
sociedad? La teoría es un concepto y otra cosa el llevarlo a la práctica de
forma honesta y arriesgada.
Tarragona, 23 de Noviembre de 2019
Luis Álvarez de Vilallonga
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