miércoles, 27 de julio de 2011

ACAMPADAS A LIBRE ALVEDRIO




Durante éste último mes he leído a más de un comentarista establecer un paralelismo entre el Mayo del 68 y el actual movimiento 15 M. Nada que ver, en aquella ocasión fueron jóvenes estudiantes burgueses, que tomaron calles y plazas de Paris, sin mayor pretensión que ahorcar los hábitos de una sociedad francesa cuyos valores colisionaban con una juventud inconformista y contestataria, y como ocurre inequívocamente, grupos marginales, sindicatos y anarquistas se subieron al furgón de la algarada provocando la alarma de un gobierno que se vio obligado a reprimir la situación con la intervención militar.
El 15 M. se produce en el contexto de una profunda crisis económica, política y en órganos judiciales, con una juventud hastiada, sin expectativas de trabajo ni garantías de una clase política, ocupada en mantener su desmesurado status económico que en resolver los problemas del país. Lo del 68 se produjo en el contexto de una enorme prosperidad.





Que el libre albedrío es un bien exiguo lo evidencia el determinismo de los actos humanos en su interrelación social sometidos a la regulación de las leyes. Sin embargo las acampadas, más allá de las reivindicaciones, son una expresión de desprecio a la legalidad establecida favorecido por la dejación en la aplicación de la ley que el Ministro del Interior ha hecho gala, anteponiendo sospechosos intereses a la salvaguarda del derecho de los ciudadanos al normal transito por los espacios públicos. Siendo así nos tememos que los jóvenes indignados, ocupas, antisistemas, perro flautas y demás fauna urbana, continúe ocupando calles y plazas en lo que queda de legislatura.
Las puntuales cargas policiales efectuadas frente al Congreso de Diputados y El Parlament de Catalunya eran inevitables ante la actitud agresiva y reprobable de los concentrados, situación a la que no se hubiera llegado de haberse actuado con la rectitud y rigor obligados al amparo de la ley, en el tiempo y momento adecuados, cuando era factible al comienzo de las concentraciones.

Para los Indignados lo importante es el reto al sistema, y supone un éxito el pulso ganado al ministerio del interior evitando la intervención de la fuerza pública, ello naturalmente dio alas a otros grupos marginales que se incorporaron impunemente a las acampadas y manifestaciones.



De las propuestas surgidas en las asambleas, supuestamente organizadas por elementos meramente indignados, se deduce la manipulación de otras organizaciones como antiglobalización, feministas, e ideologías más a la izquierda que el actual partido del gobierno, y así se descalificaban con propuestas grotescas como créditos sin intereses, nacionalización de la banca, eliminación de presunción de inocencia en cargos públicos etc… que denotan una ignorancia supina en el funcionamiento de los órganos democráticos. Con todo suscribimos ciertas demandas no contempladas hoy en los conciertos legislativos pero avaladas por un sentido objetivo de justicia social y una legítima exigencia en la transparencia del gasto público y la responsabilidad de los políticos en su gestión, sin detrimento de las formas y normas que democráticamente deben imperar en toda reivindicación.

Estas acampadas, a pesar del amplio seguimiento mediático ofrecido, sobre todo por alguna cadena de TV, no han tenido la repercusión esperada en las urnas. La abrumante victoria del PP, la caída del PSOE, el aumento de UPyD y el éxito de Bildu, son merecedores de una serena reflexión de, a donde nos llevan o a donde queremos ir.
No dudamos que los primeros acampados fueron jóvenes con cierto nivel intelectual que promovieron el movimiento de indignados, supuestamente espontáneo, convocado a través de las redes sociales. De ellos recogemos el toque de atención, en algunos aspectos justo y sensato.

No cabe duda que algo debe cambiar. La mayor parte de la sociedad esta de acuerdo, la cuestión estriba en quien y como ha de producir este cambio y, dudo mucho que pueda ser desde el movimiento 15M o cualquier otra organización asamblearia.
Solo desde el propio sistema de partidos políticos puede conducirse un cambio de rumbo con reformas graduales y profundas, que logren una mayor cuota de participación y decisión en las bases de los partidos y en el electorado.

Luis Álvarez de Vilallonga

Tarragona, 30 de junio de 2011