sábado, 8 de diciembre de 2012

EL “ESTABLISHMENT” CATALÁN



Cataluña, hoy más que nunca, es un pueblo rendido al establishment, término anglosajón que apareció sobre el año 2005 y que podríamos definir como el conjunto de personas, instituciones y entidades que controlan el poder político y socioeconómico en una sociedad.


No cabe duda, a la vista de los escaños obtenidos por las fuerzas independentistas, que la aventura secesionista reside latente en buena parte de la sociedad catalana. No es casualidad que el stablishment iniciado por Pujol encuentre ahora, a pesar del retroceso de CIU, el apoyo de un pueblo con anteojeras que no ha sido capaz de romper con un poder hegemónico y su control sobre la sociedad catalana. Pero todo statu quo puede ser perceptible desde una óptica positiva o negativa, dependerá del alineamiento que escojamos.
Si observamos al escritor chino Mo Yan, último premio Nobel de literatura, ha cohabitado al tiempo que sorteado las directrices políticas de su país adaptándose a ellas sin provocar confrontación, así pudo desarrollar su obra sin necesidad de exiliarse, sin embargo la notoriedad cosechada por la obtención del Nobel le permitió atreverse a solicitar públicamente la liberación de Liu Xiaobo, un compatriota condenado por reclamar abiertamente avances democráticos en China.


Lo negativo del actual establishment catalán estriba en que el derecho a decidir del pueblo sobre un tema tan capital como la secesión del Estado parte desde un posicionamiento político que cuestiona la legitimidad de una Carta Magna, elaborada y sancionada en su día por los representantes legítimos del propio pueblo catalán. Hoy los intereses políticos privan sobre los de la sociedad civil ante la posibilidad de un poder hegemónico en un hipotético estado catalán.


Estas elecciones, por una parte, han evidenciado una considerable tendencia independentista que podría estar provocada por la actual coyuntura económica, y por otra atendiendo al tradicional sentimiento nacionalista atizado desde el poder político, sin embargo ante la posibilidad de una reforma constitucional, probablemente la opción independentista perdería muchos enteros. El establishment sitúa al catalanismo como la opción políticamente correcta y esta deformación de la realidad nos ha conducido a considerar el independentismo como la única concepción valida de apego y estima a la comunidad catalana.

En 30 años de autonomía, Cataluña ha sido dirigida, a partir de Pujol, desde un nacionalismo que ha ido calando en determinados estratos de la sociedad. Tras 23 años de pujolismo, Maragall quiso pasar a la historia como el creador de un nuevo estatuto, innecesario que nadie reclamaba, luego con el tripartito, el endeudamiento y malversación ya fue insoportable, y en este contexto político llegó Mas -el delfín de Pujol- con ínfulas de salvador de Cataluña y ambición para recuperar, con mayoría absoluta, el chiringuito de CIU. Pero Mas como heredero del pujolismo, ha osado traspasar la frontera de lo sensato, como si con él no fuese lo del seny català, ciertamente tuvo que recoger la nefasta gestión del tripartito y ante una crisis galopante se vio obligado afrontar una eminente quiebra de la Generalitat gestionando el rescate con el Estado.
Uno nunca conocerá si en su entrevista con Rajoy llevaba premeditado un planteamiento en términos que fuesen innegociables para su interlocutor y así tuviese la coartada de un posicionamiento cerrado e intransigente del presidente del Gobierno. En cualquier caso, lo cierto es que Mas envidó a todos con un órdago al proyecto secesionista que finalmente le ha explotado en las manos.
Ahora se aprecia el fracaso de una política nacionalista basada en la autodeterminación como eje prioritario antepuesto a los acuciantes problemas sociales y económicos. El pacto fiscal no solucionaría los problemas de fondo en Cataluña, pero probablemente atenuaría las tensiones y propiciaría un nuevo escenario abierto al dialogo, pero Mas ya no es el interlocutor válido, sus frases demagógicas “Madrid nos roba” “no nos quieren” o “si fuéramos independientes seríamos más ricos” lo han descalificado propiciando su descrédito y fracaso como negociador. Solo me cabe añadir su última guinda: “quiero una mayoría indestructible”; su torpe ceguera, engreimiento y ambición le han coartado considerar que en democracia no existen mayorías indestructibles, todo es susceptible de cambio.

Ante el actual contexto político, la realidad, ateniéndonos al resultado electoral, entre tanta semántica con significación heterogénea y confusa -nacionalismo, independencia, soberanismo, catalanismo o secesionismo- se ha logrado implantar un aforismo en el que, para bien o para mal, el establishment en Cataluña destila independentismo.

Luis Álvarez de Vilallonga
Tarragona, 6 de Diciembre de 2012