miércoles, 6 de febrero de 2013

EL DESDENCANTO DE LA DEMOCRACIA



Tras los continuos escándalos de corrupción a todas las escalas y en distintas y variadas modalidades con la impunidad manifiesta de un sistema incapaz de atajarla, es inevitable considerar que algo o mucho falla en el procedimiento de un sistema democrático que como poco esta adulterado y falto de instrumentos que limiten el poder de los gobernantes y faculten a los gobernados a ejercer un control sobre ellos a través de instituciones civiles regladas.



Tras la estafa democrática que nos han ido vendiendo los grandes partidos políticos desde la transición, seria pedagógico efectuar un análisis de los diversos sistemas o regímenes políticos a lo largo de la historia. Desde la antigua Grecia, Aristóteles consideraba algunas formas elementales de gobierno: dominios, monarquías y tiranías individualizadas generalmente en un sátrapa, oligarquías familiares, y gobiernos constitucionales, y democracia de mayorías. Parece que depositar la soberanía en el pueblo a través de mayorías democráticas tiene unas connotaciones de mayor equidad, pero si nos atenemos a la historia moderna, comunismo, dictadura y democracia capitalista, han copado buena parte de los últimos siglos. No cabe duda que el sistema democrático sería el mejor si cumpliese las condiciones a las que más adelante me referiré, en caso contrario podría convertirse en el peor de los sistemas amparado en el mágico vocablo que los griegos acuñaron describiendo la forma de gobierno idiosincrática de las ciudades-Estado, sin embargo hoy nuestra democracia, vacía del contenido inherente a su propia esencia, dista mucho de lo que creímos poder alcanzar tras la dictadura.




La auténtica democracia requiere una carta magna respetada, burocracia profesional, subordinación militar al gobierno civil elegido, organismos reguladores y de control para la transparencia de las transacciones y actividades económicas, criterios sociales que salvaguarden derechos y exijan obligaciones y un estricto respeto y rigor en el cumplimiento de las leyes. Todo ello implica la independencia de los tres poderes, sin esto no existe democracia real. Aquí con convocar elecciones cada cuatro años o cuando al gobierno de turno se le antoje en función de los intereses de partido, ya somos demócratas, el partido ganador tiene bula para aliarse con cualquiera, hacer cuanto le apetezca, gozar de inmunidad ante la ley, y amparados por ese concepto adulterado se erigen y legitiman camuflados como dictadores de nuestra época.



Algunos medios son como profetas que avisan de la corrupción cuando los ciudadanos de a pie ya hemos sido engañados por un sistema de partidos cerrado y piramidal que tapan mutuamente sus vergüenzas y que solo reaccionan cundo ven peligrar sus intereses de poder.
Nuestras leyes son como papel de celofán que en muchos casos solo sirven para envolver las injusticias amparadas en prebendas i privilegios legislados desde un poder que no cesa de satisfacer a su corte privada de acólitos y compinches.



Los pensadores más liberales del siglo XVIII, se proclamaban monárquicos porque veían en la monarquía moderna (al margen de los partidos) una institución libre de ataduras que valoraban las leyes, la justicia y una administración libre de corrupción, y en ese sentido la democracia para que se cumpla debe atenerse a determinadas restricciones, normas que deben cumplirse por encima de todo y que garanticen el equilibrio de poderes, derechos y obligaciones. Nuestra democracia se ha convertido en un medio para lograr fines políticos interesados una vez se ha alcanzado una mayoría absoluta o en coalición. Sin embargo a pesar del vacío y carencias evidentes que urge regenerar, consideramos la democracia como la única forma legítima de gobierno, un reconocimiento dominante en la mayor parte del mundo, una creencia que en su imperfección tolera la impunidad, el intervencionismo desaforado, la mentira con envoltorio de fraude y hasta justifica prevaricaciones, populismos y extremismos irracionales, será que entre las sílabas de esta mágica palabra todo cabe y se atenúa el delito. La ignorancia tiene cura, la estupidez no. Nuestra democracia necesita de educación y humanización de la sociedad, lamentablemente todavía hoy dista mucho de alcanzar niveles aceptables a través de los cuales conseguir siquiera el deseo firme de una praxis ética, una regeneración y un renacimiento moral.


Luis Álvarez de Vilallonga
Tarragona 6 de Febrero de 2013