miércoles, 10 de octubre de 2012

DESTINO Y PROVIDENCIA


Uno siempre ha sentido inquietud por la predestinación o sino del hombre. Aunque me considere afortunado al haber sido tocado por el don de la fe, ello no es óbice para interesarme, como ser racional, por la casuística que desde antiguas civilizaciones marcan el destino del hombre desde el origen hasta su ocaso.


En la cultura greco-romana estaba perfectamente descrito, aunque ya en la mitología clásica y en civilizaciones como la babilónica, ya aparece el concepto del sino o el hado. Dios Zeus marca sus designios y así aparece en los poemas de Homero con sus dictados inexorables.
Los helenos y los romanos personificaban el destino en las Moiras o Parcas, tres doncellas con túnicas blancas concordes con la voluntad inmutable del destino. Cloto para los griegos, Nona para los romanos, sostiene una rueca con el hilo del destino. Laquesis o Décima lleva una pluma que asigna el destino, enrollando el hilo en el carrete dirige el curso de la vida. Átropos o Morta tiene la balanza, coge el carrete y corta el hilo de la vida.

Destino, sino o hado no son incompatibles con la providencia. En efecto, en civilizaciones pasadas estaban relacionadas directamente con deidades. Hoy me atrevería a señalar que el sentido del destino alberga un poso de trascendencia por cuanto es atribuible a algo que supera al hombre, en ese sentido, para los creyentes, la providencia es lo que Dios tiene al alcance de los hombres, no obstante existe una substancial diferencia, mientes que el destino es una supuesta fuerza a la que atribuimos todo lo que ha de suceder de forma irremediable (la fuerza del destino), la providencia relaciona la existencia de Dios con el libre albedrio del hombre, así el hombre es libre para decidir intrínsecamente sus acciones morales e intelectuales, Dios no interviene coartando su libertad.

He aquí la cuestión de fondo, el problema de la libertad del hombre siempre ligado a la suerte, la fortuna, la fatalidad o la desdicha, factores a los que atribuye su felicidad, pero es en la práctica libre y voluntaria de valores éticos y virtudes donde radica la felicidad, fin último de la naturaleza humana.

En términos filosóficos el destino es la fuerza determinada a la que se considera responsable de los acontecimientos que intervienen en la vida e historia de los hombres, y providencia la acción de Dios sobre el mundo, pudiendo intervenir, según la religión, por mediación de milagros. La cuestión estriba en conocer la procedencia, de donde emana la fuerza del destino ya que por otra parte conocemos que la providencia procede de Dios.
La providencia no se concibe sin humanidad y amor, la providencia es historia y ordena el curso de los tiempos, tal planteamiento podría responsabilizar al Creador de los males de la historia “el lodazal de males” según Kant, sin embargo sin la participación del hombre y su libertad no hay historia, es así que la caracterización teológica de la historia ha de reconocer necesariamente la intervención del hombre.

Muchos autores han llenado páginas hablando del destino. La ópera de Giuseppe Verdi La fuerza del Destino, basada en la obra Don Álvaro o la fuerza del sino del Duque de Rivas, es un ejemplo de lo prolífico y sugestivo de la cuestión a lo largo de los tiempos.

Fe, casualidad, circunstancias, expectativas, voluntad, un vasto recorrido por el devenir de la vida, por la andadura de cada ser que ignora su acontecer, por más que la planificación de su cotidianeidad lo prive alcanzar logros quizá latentes en su inconsciente.
Al final siempre nos quedarán dos opciones. La dependencia y sometimiento a nuestro destino o, ante hechos que nos superan, reconocer la existencia de un ser supremo a cuya providencia nos atenemos.
En el juego de la vida deberíamos aprender que la muerte forma parte de la existencia y solo es el nacimiento de otra etapa de la vida que desconocemos, del un logos absoluto que supera al hombre y su destino.

Luis Álvarez de Vilallonga
Tarragona, 3 de Octubre de 1012