viernes, 1 de junio de 2012

ARISTOCRACIA, BURGUESIA Y LA GAUCHE DIVINE


Es posible que a estas alturas hablar de estos estadios sociales, en el siglo XXI, resulte algo anacrónico, pero no podemos sustraernos a su influencia para concebir la evolución de la cultura, la estética o los códigos de comportamiento, entendiéndolo como un todo en la manifestación intelectual presente en la sociedad del siglo pasado que, incuestionablemente había heredado el fondo, cuando no las formas del Clasicismo, el Renacimiento o el Modernismo. Es la Gauche divine el movimiento que de forma más fresca y atrevida irrumpe con fuerza en la sociedad barcelonesa de los años 60 hasta mediados los 70 convulsionando la cultura, educación, modos y formas, concebidos en el sentido clásico o de la época victoriana, propios de los oligarcas o nuevos ricos.

La Gauche divine, rompe con el placer de experimentar un refinamiento estético que se corresponde con una conducta discreta y distinguida y se alineará progresivamente con una modernidad ya instalada en las sociedades europeas. Nacido en Barcelona con vocación pseudocultural, rompe con el estereotipo de vida ordenada de la época. Se nutre de intelectuales y artistas alineados con la izquierda antifranquista, poetas, escritores, cantantes, diseñadores, editores, directores de cine, arquitectos, toda una amalgama de burgueses acomodados, nombres que podrían ser referentes intelectuales para los jóvenes de hoy, algunos ya desaparecidos: José Mª Carandell, Terenci Moix, José Agustín Goitisolo, Antoni Tàpies, Ricardo Bofill, Juan Manuel Serrat, Teresa Gimpera, Oriol Regàs o Juan Marse, entre otros, propiciaron una renovación cultural y estética que pretendía emular a ciudades europeas en una galopada hacia la modernidad.

Respiraban cierta frivolidad, las reuniones nocturnas en Bocaccio se hicieron célebres, sin embargo atesoraban el merito de querer y saber trabajar en sus profesiones, innovando y creando sin complejos, con osadía y valentía, en unos años en que todo lo que se apartase de la norma moral impuesta por el régimen era censurable. No obstante su percepción de la realidad social no era objetiva, su estereotipado izquierdismo colisionaba con el excedido aburguesamiento y los excluía de cualquier ortodoxia ideológica, no podía ser de otra forma ya que su privilegiada posición económica los encorsetaba en un elitismo inevitable, aún así, su influencia sobre las clases medias fue considerable y el éxito en las profesiones que desarrollaron (artísticas, literarias o empresariales ) los reveló como una nueva clase media con envidiables recursos, arrogándose el marchamo de vanguardia intelectual. Pero ante todo fue un movimiento por entrar en la modernidad, tendiendo puentes con Europa y sobre todo con ciudades referentes como Paris, Ámsterdam o Milán.

En la Gauche divine, una mezcla inevitable de poso aristocrático y aburguesamiento daban como resultado un esnobismo recalcitrante que nada tenía que ver con la sabiduría y discreción de la nobleza aristocrática y sus cánones estéticos. Solo la esencia de la educación clásica permitiría, dentro de unas prácticas rompedoras, evitar el embrutecimiento a que avocaban los valores burgueses, sin capacidad para apoyarse en ideales políticos, incipientes entre los jóvenes de aquellos años.

Quizá todo empezó como un juego entre un circulo de niños bien que, intuyendo de fin del franquismo, osaban divertirse manifestando conductas de extraordinaria libertad en sexualidad, política o cultura que, hasta entonces nadie había sido capaz de abordar. Lo cierto es que su huella quedó impresa en la sociedad catalana y sus personajes perduran en el tiempo, muchos habiendo alcanzado el éxito y la fama en sus profesiones, no tanto el movimiento en si mismo que fue diluyéndose con la llegada de la democracia.

Hablaba al principio del anacronismo de la aristocracia y la alta burguesía en nuestro tiempo y ciertamente parece que la sociedad así lo revela, sin embargo su legado de buen gusto, refinamiento, formas de comportamiento, cortesía, educación o saber estar, son un patrimonio exento de impuestos que se transmite entre generaciones y nunca perderá su valor, aunque hoy solo pujen por él ciertas minorías y, uno se rebela a aceptar que la esencia de la educación clásica hoy este obsoleta o sea un esnobismo.
En esta crisis económica donde solo preocupan los mercados financieros y el euro, la pérdida de valores morales y estéticos seguramente algo tendrá que ver con todo ello.

Luis Álvarez de Vilallonga

Tarragona, 30 de junio de 2012