En el siglo XXI, hablar de
derechas e izquierdas parecería anacrónico, eso pensaba uno en cuanto a axiomas
dogmáticos, pero no en el sentido moderno de los términos El hecho diferencial entre gobiernos de uno u otro signo, estriba
en la concepción que se tenga del Estado y del poder que se le otorgue,
principalmente en la gestión socio-económica de dirigir la sociedad. Dejar en
manos del Estado el desarrollo y el progreso de la sociedad es una postura de
izquierdas; por el contrario confiar en que su avance, transformación y
crecimiento ha de producirse desde la propia colectividad civil, sería una
postura de derechas, aunque hoy el intervencionismo del Estado esté condicionado por el brutal endeudamiento.
Si nos remontásemos a los
antiguos partidos de los trabajadores veríamos como sus rancios postulados
continúan siendo utopías y batallas perdidas sin redención. En nuestros días, una
nueva generación de amalgamas a la izquierda transitan en un inevitable
capitalismo amortiguado, velado e inconfesable, que les otorga cierta esperanza,
en su discurso populista para llegar al poder.
Por otra parte, el pretendido
partido liberal, no solo dista mucho de los postulados de Locke o Adam Smith, también
de los políticos del XIX, siglo por excelencia liberal, que verá degenerar las
ideas, y el capitalismo invadir sus posiciones. Poco que ver con el concepto liberal
de Friedrich Von Hayek. Hoy no se puede hablar de liberalismo sin anteponer el término
democracia, es decir democracia liberal con libertad económica y garantías
jurídicas a la propiedad privada. En España, la Constitución de 1812 en las
Cortes de Cádiz, el liberalismo tuvo su oportunidad con figuras como Martínez
de la Rosa o Alcalá Galiano, que truncó la revolución de 1848.
Ya situados en la llamada
sociedad del bienestar, basada en la dinámica de la productividad, la
competitividad de mercados, y el equilibrio de recursos, frente a la
globalización, el hedonismo de los políticos, (reflejo de la sociedad) y el
abandono de valores tradicionales del humanismo cristiano, es evidente que su sostenibilidad
se hace más que dudosa.
La experiencia de los diversos
gobiernos que nos han manejado en mayor o menor grado, desde “la panacea
democrática” queda claro que la ambición de poder es el común denominador de
todas las formaciones políticas, ocupar cargos remunerados es su principal
objetivo defraudando a sus votantes cuando consiguen “poltronas”, incumpliendo
sus promesas, falseando la realidad y adulterado sus programas. Me da lo mismo,
que lo mismo me da quien se siente en el banco azul, hemos llegado a un extremo
que a lo único que podemos aspirar los ciudadanos de a pie es, que quien ocupe
la próxima cartera de hacienda no nos acribille con más impuestos.
Conseguir fortuna sin
trabajar, no está al alcance de todos: los delincuentes comunes, los de guante
blanco, o quienes manejan irregularmente la ingeniería financiera, tienen
posibilidades de hacerlo con el riesgo de enfrentarse a la justicia. Los políticos
han descubierto, o mejor dicho, se sirven de un medio legal para llenar sus
arcas sin riesgo y provocando con su inaptitud un paro real en las “empresas” que
ellos mismos gestionan (Congreso de Diputados, Senado, y Gobiernos Autonómicos)
sin que sus nóminas se vean mermadas en absoluto.
El desengaño social es
clamoroso pero como España es diferente continuamos dándoles crédito y
oportunidades. El espectáculo que estamos viendo estos días en el Congreso es bochornoso,
tanto, que al principal “comediante” en funciones podríamos aplicarle, en
términos taurinos, aquella célebre cita “Has
quedado como Cagancho en Almagro”.
Tarragona, 24 de Julio de 2019
Luis Álvarez de vilallonga