lunes, 22 de diciembre de 2014

NAVIDADES LAICAS

El título provisto de este artículo, bien podría circunscribirse a la figura retórica oximorón, ya que  Navidad y laicismo tendrían un significado opuesto o en todo caso antagónico, pero en realidad, y a fuerza de descontextualizar el término Navidad, darle preponderadamente  un sentido lúdico, festivo, comercial o consumista, buena parte de la sociedad se ha olvidado de lo que verdaderamente significa, asociándolo a días de fiesta y vacaciones  que por otra parte y complementariamente no está en contraposición con la auténtica vivencia de la culminación del tiempo de adviento.
Para uno (creyente y practicante) la Navidad es un tiempo feliz. Cierro los ojos y me remonto a mi infancia. Eran tiempos en que tradicionalmente se creía en los Reyes Magos, en el “caga tió”, en la ilusión de ver el árbol iluminado, pero sobre todo en la esperada construcción del belén; aquellas figuritas de barro, los rebaños de ovejas y cabras, los ríos de papel de plata, los puentes y las casitas de corcho, el “cagané” que siempre intentábamos ubicar  en un lugar semioculto, o aquel musgo tierno recién cogido del campo; finalmente el pesebre presidido por la estrella de oriente y en el interior del establo la mula y el buey, la sagrada familia, José, María y el niño Jesús, y adorando, los reyes magos sobre camellos, caballos o a pie llegados para ofrecerle oro, incienso y mirra.
Los villancicos no faltaban en cada hogar, y la familia se reunía tras la misa del gallo para degustar neules y turrons. El 25 escudella con galets i carn d’olla amb ceba, col, patata, cigrons, botifarra blanca i negre  y luego el tradicional capó rostit i farcit amb panses, prunes i pinyons.
Eran tiempos en que la  Navidad tenía toda la magia, encanto y significado. Hoy la Navidad continua presente pero, para muchos, las connotaciones religiosas han quedado apartadas. Cierto es que cada cual tiene el derecho a creer o no lo que considere y celebrarla en coherencia con sus convicciones, pero para los cristianos la Natividad es ante todo la conmemoración del nacimiento de Jesús, su llegada al mundo para redimirnos. Pero también de las virtudes cristianas se derivan los valores humanos que en estos días la gente de bien pone de manifiesto, la caridad, la solidaridad, la tolerancia y comprensión, la amistad, la generosidad y la entrega, todo esto debiera generar alegría, felicidad, reconciliación, perdón y paz.
No cabe duda que la Navidad perdurará en el tiempo porque es amor, y así como las tradiciones, costumbres y modas, se pierden, modifican o substituyen; la Navidad supera a lo humano porque su génesis es la esencia del espíritu divino de nuestra fe.
Tarragona, 22 de Diciembre de 2014
Luis Álvarez de Vilallonga               










sábado, 6 de diciembre de 2014

DINERO, ESA DIOSA SIN NOMBRE


Parece, por lo poco que uno sabe, que no existe constancia, y concretamente entre los antiguos amanuenses del siglo II a. C., de un nombre que identifique a la diosa dinero si no es considerar el vocablo dinero como el calificativo de la propia diosa. En cualquier caso  la semiótica o sistema de signos no revela a los eruditos ni siquiera la existencia de aforismos en cuanto a una evidencia  lingüística identificativa.
Hoy en que cada día los medios ya no nos sorprenden con la aparición de nuevas corrupciones en cadena, imputación de de personajes, que teníamos por honestos, y toda clase de tramas y fraudes  para enriquecerse y eludir al fisco;  una visión retrospectiva nos revela que la sociedad de hoy no es mejor que la de siglos pasados, quizá el refinamiento, sutileza e ingenio para enriquecerse ha mejorado pero el fondo continua siendo el mismo. El egoísmo humano no tiene límites y la tentación a aceptar la prebenda, dádiva o soborno como solución a una determinada situación personal puede ser en determinados casos comprensible pero nunca justificada y  a todas luces reprobable.       
 No cabe duda cabe duda que la riqueza, la pecunia, la abundancia, los tesoros, las joyas, el oro, a través de la historia han sido motivo de disputas, enfrentamientos, guerras y toda clase de escarnios y asesinatos pero, la “Diosa dinero”, ese patrón de riqueza, no debe forzosamente anatematizarse ni asociarse necesariamente a la corrupción. En efecto, la riqueza puede ser perfectamente asumible si no va acompañada de ciertos aditivos letales. La avaricia, la usura, el lucro como especulación, son evidencias de un excesivo amor por el dinero y pueden resultar indecentes ante la desigualdad social, y así nuestra conciencia, formada en la religión o el humanismo cristiano, muestra cierto pudor por la opulencia sin llegar a anatematizarla como ocurre desde la perspectiva del ascetismo religioso o las clausuras monásticas, sin embargo también las teologías, la ética de los estoicos o filósofos que se precien, transitan por la riqueza comedida y equitativa.
Nuestro siglo ha llegado a límites insospechados de formas, métodos y procedimientos corruptos; en la sociedad de hoy la especulación económica, la apropiación indebida, la prevaricación, la estafa, el fraude, la malversación de caudales públicos o el blanqueo de capitales, adquieren un componente salvaje e inhumano y la avaricia no encuentra satisfacción ni límites; la obsesión por el dinero se convierte en locura, vicia la existencia y escapa al control racional de quien emprende esta frenética carrera; contrabando, prostitución, armas o droga, es entonces cuando el dinero despide olor a muerte.
Por otra parte no seriamos justos sin reconocer aquella riqueza alcanzada con el esfuerzo honesto, el ingenio, la emprendeduría (hoy tan elogiada), el riesgo y la habilidad para invertir y acrecentar valores financieros. Es así que la condición de la naturaleza humana tiende a envidiarla y fiscalizarla, pero es perfectamente lícito luchar por alcanzarla.
Pero esa diosa sin nombre carece de entrañas, es desvergonzada, abyecta, inmisericorde, depredadora, explotadora, vil, mezquina, miserable, y así podría añadir todos los calificativos degradantes habidos y por haber; en efecto no podría ser de otra forma cuando uno piensa en el dinero que genera la prostitución infantil, el negocio de órganos vitales, los capos de la droga, el tráfico de armas, las mafias del soborno, la  extorsión  y el crimen o como,  de forma sangrante, el dinero corrupto ha sido el aliento de la política. Así esa diosa consagra el dinero todopoderoso y sometido a ella, la miseria se arrastra oculta desde los estratos más  deprimidos hasta las ruinas financieras, donde el suicidio es el tributo al fracaso, pero también  barrios marginales, donde niños escudriñan en vertederos, prostíbulos afincados en la vida de madres obligadas a sobrevivir, o tullidos, mendigos y desheredados de la tierra albergados en megalópolis que los exprimirá hasta su consumación.
Un prestigioso periodista, contertulio de La noche en 24 horas de TVE, aludía a Moisés cuando descendió del monte Sinaí con las Tablas de la Ley, encontrando al pueblo israelita venerando a un becerro de oro que habían construido fundiendo metales preciosos. Una oportuna reflexión bíblica que me lleva a considerar que en ese sentido nada ha cambiado;  desgraciadamente buena parte de la humanidad hoy continúa adorando al becerro de oro.
Luis Álvarez de Vilallonga
Tarragona, 1 de Diciembre de 2014