jueves, 13 de febrero de 2014

LA CRISIS DEL BIENESTAR

A nadie se le escapa que esta crisis está afectando profundamente al bienestar general de la sociedad aunque incida en mayor o menor medida según la renta personal de cada individuo, ya que el impacto social suele asociarse a la capacidad económica individual.

El logro de la transición democrática trajo la implantación de estado del bienestar, que desde finales de los años 70 hasta el 2001 vivió su época dorada, donde todo era abundancia y el Estado repartía prebendas junto a innegables beneficios sociales consolidando un sistema sanitario gratuito y universal con cobertura para toda la ciudadanía, incluyendo a inmigrantes, prestaciones por desempleo, educación pública gratuita, pensiones por jubilación a los 65 años etc. Estos logros produjeron, en términos generales, la erradicación de la pobreza e indigencia y así vivimos los años de bonanza, de pelotazos de burbujas inmobiliarias y de despilfarro. Los nuevos ricos proliferaron, el crédito colmó las ilusiones y aspiraciones de muchos, incluso de aquellos que su estabilidad económica no les permitiese disponer de un “colchón” que amortiguase posibles adversidades, porque en sus circunstancias crediticias era imposible el ahorro. Fue la época de las hipotecas, los créditos para cruzar “el charco”, visitar Nueva York, veranear en Cancún, Santo Domingo o dirigirse hacia el este y descubrir países exóticos. También nos ofrecieron unificar créditos con la tentadora oferta de desprendernos de nuestro utilitario e incluir la financiación de un flamante vehículo de los que hoy denominamos de alta gama.

Pero llegó la crisis en el 2008 aunque fuese reconocida tardíamente, y los castillos en el aire se vinieron abajo, se comenzó a vislumbrar la realidad económica del país, el sistema de bienestar alcanzado se hacía inviable, el coste del aparato político del Estado pasaba factura, y las comunidades autonómicas, otrora tan celebradas, ahora generaban serios problemas presupuestarios con enorme crecimiento de su deuda. Ante tal descalabro, el Gobierno de turno tuvo que hacer frente a las medidas restrictivas impuestas desde Bruselas en evitación de un más que posible rescate, y así las cosas nos toco, como siempre, a los ciudadanos de a pie soportar recortes en todas las coberturas sociales hasta límites insostenibles junto a desahucios inhumanos, al tiempo que nos tragábamos la indecente impunidad de un puñado de dirigentes de cajas de ahorros y otros tantos banqueros tras acudir el Banco de España al rescate de las cajas y entidades bancarias con fondos europeos.

Pero además hemos tenido que aguantar el ridículo ajuste del gasto público en las administraciones, mantener los 17 gobiernos autonómicos con toda clase de dispendios y acomodos a su estatus de poder, infinidad de altos cargos, coches oficiales, infraestructuras inútiles (aeropuertos, líneas de AVE, recintos feriales, pabellones etc.), a todo ello hay que añadir la guinda de nuestros electos representantes, señores diputados y senadores con sus sueldo, dietas y otros emolumentos (cuya cuantía no cuestionamos) pero si el parco y testimonial recorte aplicado ante la actual situación del país, cuando debieran ser los primeros en dar ejemplo de austeridad.

Es hora de poner fin a la ligereza con que se han gestionado los fondos públicos. El imprescindible ajuste al tope máximo de déficit establecido, pasa por la reducción de gastos superfluos en ministerios, comunidades y ayuntamientos, suprimir cargos y afrontar una racional reestructura del sector público, no solo cabe el recorte puro y duro al bienestar del ciudadano.

Al margen de la actual situación, podríamos considerar que el estado del bienestar, invita al incremento de candidatos a funcionarios que sin mayores aspiraciones se adaptan a la seguridad que el Estado les ofrece, y en ese sentido el ciudadano de a pie acostumbrado a excelentes beneficios sociales, hoy debe pagar un sangrante peaje porque un Estado endeudado no puede sufragar la cobertura social comprometida.

El Estado del bienestar tal y como lo hemos conocido es inviable y no volverá a producirse con la misma generosidad. Habrá que reinventarlo o arbitrar nuevas fórmulas adecuadas al nuevo orden social, estructural, económico y fiscal que se avecina; en todo caso nuestro país emergió de situaciones más difíciles y ésta es una más de la que ojalá pronto salgamos.

                                                           Luis Álvarez de Vilallonga

Tarragona 3 de Febrero de 2014