jueves, 8 de agosto de 2013

LAS TRES HACHES

De entre las numerosas vivencias que uno sintió durante la pasada Semana Santa sevillana, tuve el privilegio de conocer a un ilustre personaje nonagenario de rancio abolengo, de aquellos que ya quisiera uno conservar sus extraordinarias facultades mentales.
En una sobremesa, durante nuestra amena conversación, me sorprendió enormemente una de sus elocuentes afirmaciones. Refiriéndose a un compañero y amigo, al que admiraba, significó “de los que tienen tres haches”. Uno rápidamente preguntó por el significado, a lo que ágilmente contestó: “Una hache de humildad, otra de honestidad, y la tercera de de honradez”. Su respuesta me quedó gravada en el subconsciente y ahora me permito reflexionarla en voz alta.

En realidad cuando uno se plantea sondear en el entorno próximo o generalizado, quien pose tales atributos como valores meritorios está cometiendo un error. En efecto, por principio todo el mundo debiera, a priori, tener incrustada en su ética personal “las tres haches” de forma natural sin mayor mérito o reconocimiento, pero lamentablemente la sociedad actual, empezando por uno mismo, adolece de esas virtudes y difícilmente encontramos algún personaje conocido o público que ostente uno de estos atributos.

La humildad se repudia y en contraposición aparece el orgullo y la vanidad.
La honestidad está en desuso y el engaño, la defraudación, y la apropiación de lo ajeno se han convertido en algo habitual ante una acostumbrada impunidad favorecida por leyes tibias y obsoletas, y ni siquiera existe un unánime clamor en la reprobación moral.
La honradez, una práctica en la forma de obrar acorde con la honestidad de conciencia que, en definitiva, obliga a una rectitud inequívoca de nuestros actos, pero cuando se pierde la conciencia en el sentido moral, también se pierde la capacidad para discernir el bien del mal y todo parece permisible. Tres palabras hoy ausentes del panorama político, pero que tampoco proliferan entre la sociedad civil.

Uno se pregunta cómo se ha podido llegar a este deterioro moral, consentir y hasta justificar prevaricaciones, privilegios y prebendas desde puestos de poder con la inhibición de un entorno evidentemente implicado, omitiendo denuncias y mirando hacia otro lado.

La situación vergonzante de corrupción que existe a todos los niveles es el fruto del deterioro moral de la sociedad en general, pero concretamente del individuo en particular que insertado en partidos políticos, sindicatos, empresas, administraciones, instituciones, fundaciones, entidades o sociedades mercantiles, al amparo de sus estructuras y ante la posibilidad de enriquecerse defraudando, estafando, en definitiva robando, ha ido perdiendo todo escrúpulo haciendo del dios dinero su único valor y objetivo.

Lejos de alcanzar una sociedad utópica llenada de “tres haches”, uno alberga la esperanza de remontar esta crisis moral, que será vital para la recuperación económica, y acometer una nueva regeneración íntegra liderada por una mayoría social, afortunadamente todavía libre de contaminaciones procaces que rompa el caparazón que envuelve la conciencia de una sociedad con referentes banales y el ejercicio de auténticos valores nos permitan caminar hacia un mundo más justo, digno y solidario.

Luis Álvarez de Vilallonga
Tarragona, 6 de Agosto de 2013