jueves, 21 de febrero de 2008

VERDADES Y VANIDADES

En cierta ocasión me tropecé con uno de esos personajes que navegan por la vida elucubrando, una especie de filósofo ambulante, un erudito del día a día, forjado en su constante peregrinar, alguien a quien aparentemente nadie presta atención pero que suele incomodarnos soltando verdades como puños.

Me tome la molestia de escucharle y en verdad que aquel hombre enjuto y desaliñado, atesoraba todo el conocimiento y erudición de un sabio; en el concurrían la experiencia y calidad de quien se manifiesta con conocimiento de causa; en su mirada penetrante se adivinaba un añejo vigor, ya en declive, pero sorprendiome, infiltrada en su fluida verborrea, la profundidad de ideales y valores.

-Pero si Vd. no es intelectual, no posee título universitario, ni ostentó cargo público, ni medró en la política, ni fue relevante ejecutivo, ni presidio club o sociedad, ni fue líder sindical, ni aventajado empresario, ni famoso escritor ¿como es posible tanta sapiencia?.

-Vera; cultivarse a si mismo, al margen de los parámetros oficiales, de la búsqueda del reconocimiento formal, evitando atizar el estímulo de la vanidad y el placer de la distinción que el ego reclama, es una práctica minoritaria pero que colma la íntima satisfacción de quien se sabe conocedor de las cosas por el puro placer de aprender de las fuentes ortodoxas o heterodoxas.

Somos proclives a criticar lo que difiere a nuestro criterio, se censura lo que no es del gusto de uno, se subestiman los méritos de quienes nos superan, y hasta nos permitimos juzgar y emitir veredictos desde nuestra subjetiva y limitada "cátedra".

Aparentemente toda conducta tiene su justificación, su razón de ser; aceptar las contradicciones y convencionalismos sociales, desenvolverse cómodamente entre la hipocresía social, la incoherencia personal o el amiguismo interesado, es conducta habitual en cualquier manifestación pública, y como norma jamás se atiende un consejo o una advertencia, no fuera caso que finalmente tuviéramos que reconocer los desatinos que en ocasiones la conciencia colectiva ahoga, en detrimento de la razón moral individual .

En el fondo todo es cuestión de cobardía, de debilidad, de miedo a perder un status alcanzado sin merecimientos propios, es el escudo de no mostrarse tal como uno es, querer y no ser capaz, poder y no atreverse; un compendio de contradicciones, un conjunto de frustraciones latentes en el subconsciente, de atuendos superpuestos, que en ocasiones nos hace irreconocibles.

Rodearse de gente que alimente nuestra vanidad convertida ya en soberbia, idealizar situaciones desde la fantasía, en lugar de sublimizar la propia experiencia, aunque luego no tenga traducción en el devenir cotidiano, merma nuestra propia credibilidad; quizá por eso a menudo el hombre traiciona ciertos principios que nunca debiera perder de vista.

VOLUNTAD HIPÓTESIS Y REALIDAD

Quien no ha estado alguna vez seguro de conocer sus propias reacciones ante una determinada situación preconcebida, y llegado el momento nada se produce en la forma que teóricamente había previsto. Y es que el rigor manejado en términos hipotéticos se desvanece, tanto más cuando entramos en el terreno de las conjeturas donde nada es categórico.

La razón, serenidad y praxis prevalece en muchas ocasiones, pero la mayoría de las veces se impone la visceralidad, el impulso natural, las secreciones del instinto, haciéndose difícil lograr el equilibrio entre el binomio razón y corazón.

Solo las convicciones que emergen desde lo más profundo del espíritu, avalan comportamientos teóricos que en ocasiones pueden desembocar en actos heroicos o encubrir a potenciales mártires.

Durante la vida son infinitamente mayores los actos o acciones que ejercitamos somáticamente, de forma mecánica por hábitos adquiridos, que los meditados, que precisan de una previa toma de decisión, incluso los impulsos que mediatizan nuestros actos vienen determinados por la genética; por ello ciertos planteamientos sobre situaciones hipotéticas, extraordinarias o extremas y su posible solución, no tienen validez en cuanto a la objetividad real ya que pueden depararnos reacciones sorprendentes e imprevisibles.

La mente es como un crisol donde se hace posible toda aleación de ideas que pueden permanecer aletargadas, hasta que el hombre las selecciona, desecha, o intenta llevar a la práctica. Lo fundamental estriba en conocer y saber, desde una perspectiva objetivamente moral, lo que es bueno o malo, sin que por ello deba el tildarse a la conciencia de laxa o escrupulosa en función del criterio y actitud personal que manifieste cada individuo; lo razonable pues, sería aceptar de alguna manera la pauta que nos marca la ley natural, y que a través de la capacidad de raciocinio e inteligencia del hombre, sea posible avanzar en los valores que configuran los principios morales, que deben prevalecer en toda organización social.

El mundo escurridizo de las ideas preconcebidas, traiciona en ocasiones la voluntad, que se desmorona ante situaciones reales cuyo desenlace habíamos visualizado en la imaginación y acomodado a nuestra conveniencia.

El ejercicio de aceptar los acontecimientos intrascendentes que nos afectan o contrarían en el día a día, contribuye a fortalecer nuestro espíritu. La verdadera entereza del hombre se manifiesta en la capacidad de asumir los fracasos, la adversidad o la desgracia.

Como escribiera Ernrst Wiechert: Uno no se hace grande más que midiendo la pequeñez de su dolor.

miércoles, 20 de febrero de 2008

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