jueves, 10 de julio de 2014

HOMBRE Y MUJER: disparidad y plenitud

La marginación de la mujer, desigualdad, diferencias y confrontación respecto al hombre no es cosa nueva. Si nos remontamos a Homero, leemos en la Odisea que Telémaco manda callar a su madre Penélope alegando que en la esfera pública no debe pronunciarse ya que la palabra y la opinión son cosa de hombres.

En la antigua Grecia, hablar en público era un atributo de masculinidad y así la tradición de manifestarse a través de la oratoria se fundamentaba en función del género. Sin considerar la misoginia en la acepción categórica de su significación, podríamos decir que esa marginación intelectual en el concepto machista, no la excluye como objeto de deseo considerándola, efectivamente como una propiedad al servicio del hombre. Desde entonces hasta hoy la mujer ha tenido que pagar un alto precio para ser considerada al nivel del género masculino. Nuestra cultura, heredera del mundo clásico, en muchos aspectos ha estado vinculada al género costando siglos reconocer esa aberración que nos transmitió la cultura grecorromana.

No existe pues ninguna razón objetiva para que estos perjuicios sobre la mujer hayan estado arraigados en la sociedad occidental hasta el siglo pasado, seguramente ni siquiera exista una cuestión neurológica, se trata entonces de una herencia transmitida durante siglos que nuestra  civilización arrastra durante dos milenios.

Hasta aquí no puedo más que lamentar la supina estupidez del género masculino, cerrado, obtuso, soberbio, egoísta y limitado. Ahora bien, en aras de esa liberación femenina se han cometido una serie de errores, oportunismos, equívocos o movimientos reivindicativos que si bien en muchos casos han sido enormemente positivos, en otros han perjudicado y retrasado la emancipación de la mujer, porque en ese complejo universo femenino ha habido engaños, intereses y una combinación desencadenante de fuerzas en direcciones dispares con incógnitas y dudosos objetivos que se apartaban del legitimo fin reivindicativo.    

Lo cierto es que el gran logro de la emancipación de la mujer ha generado problemas hoy todavía sin resolver, y no hablamos de aquel ancestral permiso que necesitaban para abrir una libreta de ahorro, o para que se le expidiera el pasaporte, o acceder a trabajos atribuidos al género masculino y cuanto menos ingresar en el ejercito; nos referimos a la incorporación definitiva por derecho al mercado laboral, a la liberación de la dependencia económica de terceros y al sometimiento legal como persona al margen del género. Pero es evidente que esa liberación ha propiciado que colectivos extremistas hayan aprovechado sus tesis feministas para alimentar la confrontación entre géneros, transgrediendo el discurso sensato y razonable.

El gran error del feminismo más rancio es querer alcanzar a cualquier precio la igualdad respecto al hombre e imponer cuotas de género encorsetadas en el 50% cuando la capacidad, preparación, currículum u oposición es la que debería primar sin consideración de género a la hora de acceder a cualquier ámbito laboral o responsabilidad directiva, probablemente así,  la mujer alcanzaría mayor porcentaje de cuota.

Entendemos que la igualdad en cuanto al trabajo, puestos directivos, función pública, emolumentos y otras cuestiones que puntualizaría como derechos de la persona, debieran ser obvios, sin embargo cabe señalar que hombre y mujer son seres distintos y por tanto su   objetivo no debiera ser parecerse el uno al otro, sino que su colofón vital seria alcanzar la máxima plenitud en su ámbito como género diferenciado, en todo caso parecerse en aquellos atributos que admiramos desde la perspectiva como persona. 

Con el reconocimiento del sufragio llegaron otros derechos, y sobre todo el de la igualdad, al menos teórica, en el ámbito ciudadano y por extensión político, pero como ya hemos dicho, su incorporación definitiva al mundo laboral la libera de la dependencia económica y marca un hito real y objetivo para su emancipación, escapando a cualquier tutelaje y logrando su total independencia. Por otra parte su exponencial incorporación a la universidad supuso un posterior ejercicio como profesional liberal o trabajando en empresas, con lo que su tradicional dedicación exclusiva a los hijos y labores domesticas abrió una brecha generacional que afortunadamente los jóvenes de hoy asumen consensuadamente de forma natural sin consideración de género.

Esencialmente en la mujer y el hombre todo es distinto, quizá por ello esa complementación necesaria de encuentro, hoy más que nunca, se dé en un plano de plenitud entre ambos géneros buscando la conjunción de valores, sensibilidades y sentimientos.

Tarragona, 10 de Julio de 2014
Luis Álvarez de Vilallonga