El derribo del vuelo MH17 y la
anexión de Crimea a Rusia a comienzos del pasado año, han provocado una
situación preocupante y delicada en una Europa que a corto o medio plazo deberá
plantearse, consolidada la unión monetaria, iniciar avances en cuestiones
política y fiscal sin los que el proyecto europeo carecería de garantías de
futuro.
No cabe duda que Ucrania era
un firme candidato para formar parte de la UE aun considerando sus vínculos
culturales e históricos con Rusia. Es posible que buena parte de los ucranianos
sueñen con Europa; no hay que olvidar que su historia ha sido una continua
lucha por lograr su liberación o soberanía. Desde la invasión mongólica,
pasando por el pacto de unión del líder cosaco con los zares rusos, las
represiones de Catalina II, el sometimiento de los campesinos por el Ejército
Rojo, las masacres bolcheviques, o el exterminio y purgas masivas de Stalin
tras la Segunda Guerra Mundial, Ucrania ha sido un país convulso y vulnerado.
Cuando las tropas rusas
violaron la frontera de Ucrania para anexionarse la península de Crimea, nadie
reaccionó ante un hecho de extrema gravedad porque las consecuencias no solo
afectaban a un país soberano, también a Europa. Putin con la usurpación de
Crimea ha agredido la legitimidad de un Estado al tiempo que lanzaba un
implícito desafío a Europa, argumentando cínicamente que su ejército
salvaguardaba a los ciudadanos de origen ruso.
Una vez más se imponía la
razón de las armas mientras Europa permanecía vacilante, expectante e indolente,
incapaz de tomar una iniciativa, mientras los independentistas pro rusos
provocaban un simulacro de elecciones orquestadas bajo el control de las tropas
de ocupación. Putin ha iniciado una guerra encubierta que ha reactivado un nacionalismo
ucraniano en una sociedad donde el 50% tiene el ruso como lengua materna aunque
el otro 50% también lo domina. La situación de la ciudadanía ucraniana es
compleja y difícil; por una parte anhelan la libertad que se respira en los
países de la UE y, por otra, pro rusos abogan por una autodeterminación
secesionistas dentro de la propia Ucrania.
Así las cosas y ante el
incierto alto el fuego alcanzado en Minsk, es más que probable que las
facciones con cientos de bajas en sus filas, y sobre todo las muertes en la
población civil, no acepten cualquier acuerdo porque los allegados a las
víctimas, seguramente no perdonen la grave agresión militar con miles de
muertos. La diplomacia debe jugar un papel incuestionable pero la UE necesita
el apoyo de Estados Unidos para mediar en un conflicto en el que Rusia es quien
ha violado militarmente las fronteras de Ucrania, pero también es necesaria una
fuerza militar disuasoria en contraposición a la exhibición soviética. Putin
sabe que Europa sola no intervendrá militarmente, pero las sanciones pueden
debilitar sus pretensiones, sin embargo solo una unión solidaria de Europa
puede mermar la dependencia de suministros energéticos de Rusia.
En esta crisis de ucraniana se
juegan intereses y soberanías que pueden decidir el futuro de la UE. Lo que
está en juego es el poder de los Estados, de los bloques que han ido perdiendo
su hegemonía y del nuevo orden mundial que se avecina. Las ideas sobre política
y sociedad hace tiempo que escaparon del encorsetamiento decimonónico, hoy
ideas sublimes podrían tener cabida
aunque no alcancen valor efectivo y los pueblos obligados por la irreversible
globalización tecnológica buscan el abrigo, al margen de sus ancestros, en
valores universales (vida, amor, paz, libertad, justicia) que no entienden de
razas, ni credos.
El espectáculo moral
repugnante que ofrecen ciertos gobernantes en este y muchos otros affaires,
provocando consciente e impunemente la muerte de miles de civiles en el
ejercicio de un poder hegemónico despiadado e irracional, nos cuestiona
nuevamente si continua vigente el
humanismo liberal del siglo XIX de los Chesterton o Victor Hugo.
Luis Álvarez de Vilallonga
Tarragona, 15 de
febrero de 2015