domingo, 24 de noviembre de 2013

CUALQUIER TIEMPO PASADO, ¿FUE MEJOR?


Cuando en el siglo XV Jorge Manrique escribió la célebre elegía Coplas a la muerte de su padre, poco podía imaginarse que seis siglos después los versos 4º, 5º y 6º de la 2ª estrofa en las referidas coplas de pie quebrado: -“como, a nuestro parecer, -cualquiera tiempo pasado fue mejor”- tuvieran, en nuestros días, tanta repercusión y motivación de análisis, comentario o reflexión.

Cuando, en la sociedad actual se plantea la cuestión, probablemente la opinión esté dividida. Por un lado la juventud, crítica con el contexto generacional de sus ascendentes, rechazando las normas rígidas y severas, apelando a las libertades sin ni siquiera considerar el equilibrio preceptivo entre el derecho y la obligación o el libre albedrío y el sometimiento a las leyes y, por otro, la postura de los nostálgicos con el bagaje de la experiencia que los años les ha conferido, pero quizá remisos a la hora de aceptar que para progresar hay que asumir riesgos, aun a costa de acometer cambios experimentales que puedan desembocar en sonados fracasos.

Seguramente una contestación inmediata a la pregunta nos plantea una reflexión a nivel personal, una valoración según nos ha bailado la vida en hechos, épocas, circunstancias o vivencias particulares. Sufrir tribulaciones, dificultades y toda clase de penas o, verse aliado con la fortuna, el bienestar, la salud y la prosperidad condicionaría una respuesta objetiva respecto a la sociedad en general. Sin embargo, la cuestión, al margen del mensaje o contexto que nos presenta el autor, debiéramos considerarla desde un planteamiento global de la vida en la sociedad que nos ha tocado vivir que en las últimas décadas ha sido aceleradamente cambiante en todos los sentidos.

Los que poseen la condición de octogenarios o mayor edad, se les puede conceder, al menos, el conocimiento, experiencia y capacidad de análisis de lo acontecido en los diferentes períodos sociales en los que han habitado lo largo del tiempo, sin obviar que posiblemente, con el transcurso de los años, uno se aferra a aforismos que median entre la realidad y el deseo.

Pero los abuelos de hoy ya no somos como los del siglo XIX y parte del XX que miraban hacia atrás para establecer criterios generales. El entorno social en el que se desenvolvían estaba cimentado para satisfacer a una burguesía decimonónica encorsetada en conceptos convencionales y educada en ámbitos y difícilmente cambiantes.

La era de las comunicaciones, internet y las redes sociales, abrió a las nuevas sociedades horizontes insospechados a todos los niveles y edades, incluidos los llamados de la tercera edad.
El progreso, un concepto infinito que desde la creación el hombre no ha cesado de construir y que en el último siglo ha avanzado a pasos agigantados, no cabe duda que en ese sentido podríamos afirmar que nunca el tiempo pasado fue mejor, sin embargo desgranando el status del hombre actual y examinando los avances en el campo de las humanidades, teorías filosóficas, conceptos teológicos o valores morales, la respuesta no sería tan contundente.

El tiempo pasado fue mejor en tanto y cuando hoy se van perdiendo valores del humanismo cristiano, prevalece el materialismo y la existencia se impregna de un relativismo donde el hedonismo, el nihilismo y la banalización de la vida nos aleja de toda posibilidad de alcanzar la verdad y por extensión la libertad, instrumentando una felicidad artificial que se desvanece ante cualquier contingencia.

Sufrir esta crisis, da lugar a pensar que para muchos el pasado inmediato, el de las burbujas y los pelotazos fue mejor, pero esta crisis nos ha enseñado a todos y ha puesto en su sitio muchas cosas.
En todo caso, siempre algo del tiempo pasado fue o nos parece mejor, al fin y al cabo nadie puede asegurar un futuro siempre mejor aunque se luche por ello. La historia se repite aunque con, cantos, servidumbres, liturgias, próceres o brocárdicos diferentes.

Aunque siempre nos quede el recurso de soñar con un futuro mejor para las próximas generaciones, afortunadamente hoy no hay trayectos prohibidos ni doctrinas impuestas. Amar, sentir, auxiliar, consolar, ayudar, escuchar, o hablar libremente sin miedos y sin ofender, son prerrogativas que enaltecen al hombre y lo elevan a la categoría de persona, aunque algunos pensemos que en ciertos aspectos, todavía, cualquier tiempo pasado fue mejor.

Luis Álvarez de Vilallonga

Tarragona, 22 de Noviembre de 2013