jueves, 21 de febrero de 2008

VOLUNTAD HIPÓTESIS Y REALIDAD

Quien no ha estado alguna vez seguro de conocer sus propias reacciones ante una determinada situación preconcebida, y llegado el momento nada se produce en la forma que teóricamente había previsto. Y es que el rigor manejado en términos hipotéticos se desvanece, tanto más cuando entramos en el terreno de las conjeturas donde nada es categórico.

La razón, serenidad y praxis prevalece en muchas ocasiones, pero la mayoría de las veces se impone la visceralidad, el impulso natural, las secreciones del instinto, haciéndose difícil lograr el equilibrio entre el binomio razón y corazón.

Solo las convicciones que emergen desde lo más profundo del espíritu, avalan comportamientos teóricos que en ocasiones pueden desembocar en actos heroicos o encubrir a potenciales mártires.

Durante la vida son infinitamente mayores los actos o acciones que ejercitamos somáticamente, de forma mecánica por hábitos adquiridos, que los meditados, que precisan de una previa toma de decisión, incluso los impulsos que mediatizan nuestros actos vienen determinados por la genética; por ello ciertos planteamientos sobre situaciones hipotéticas, extraordinarias o extremas y su posible solución, no tienen validez en cuanto a la objetividad real ya que pueden depararnos reacciones sorprendentes e imprevisibles.

La mente es como un crisol donde se hace posible toda aleación de ideas que pueden permanecer aletargadas, hasta que el hombre las selecciona, desecha, o intenta llevar a la práctica. Lo fundamental estriba en conocer y saber, desde una perspectiva objetivamente moral, lo que es bueno o malo, sin que por ello deba el tildarse a la conciencia de laxa o escrupulosa en función del criterio y actitud personal que manifieste cada individuo; lo razonable pues, sería aceptar de alguna manera la pauta que nos marca la ley natural, y que a través de la capacidad de raciocinio e inteligencia del hombre, sea posible avanzar en los valores que configuran los principios morales, que deben prevalecer en toda organización social.

El mundo escurridizo de las ideas preconcebidas, traiciona en ocasiones la voluntad, que se desmorona ante situaciones reales cuyo desenlace habíamos visualizado en la imaginación y acomodado a nuestra conveniencia.

El ejercicio de aceptar los acontecimientos intrascendentes que nos afectan o contrarían en el día a día, contribuye a fortalecer nuestro espíritu. La verdadera entereza del hombre se manifiesta en la capacidad de asumir los fracasos, la adversidad o la desgracia.

Como escribiera Ernrst Wiechert: Uno no se hace grande más que midiendo la pequeñez de su dolor.

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