No es nada nuevo señalar que la naturaleza produce ciclos que vienen sucediéndose desde que el mundo existe y nuestra vida forma parte de ella, siendo así no resulta aventurado argumentar que tales ciclos son inherentes a la naturaleza humana y por tanto se encuentran presentes, a lo largo de los siglos, en cualquier ámbito o actividad del hombre inserto en estructuras sociales y de poder.
La pregunta que nos planteamos
respecto al poder es, si la democracia que ha sucedido a poderes, oligárquicos, dictatoriales y absolutistas
es en sí misma un último poder en el ciclo hegemónico de los poderes.
El sistema democrático basado
en partidos políticos ha venido evidenciando graves defectos que cuestionan su
vigencia con su estructura cerrada y piramidal. Las luchas interinas se
evidencian cuando se avecinan elecciones, y es que el figurar en las listas y
perpetuar la carrara política hay que defenderlo cualquier precio. Hay
personajes que toda su vida han vivido de la política, y debe de ser rentable
porque sus hijos continúan el mismo camino, (no lo digo con ánimo de crítica
porque deben tener una gran vocación y su trabajo es muy arduo, duro, y
abnegado y además mal remunerado) evidentemente como todo en la vida no puede
generalizarse, siempre hay excepciones.
En nuestra todavía joven
democracia, los partidos mayoritarios existentes a nivel nacional y autonómico
nos han ofrecido toda guisa de vicios, escándalos, corrupciones y abusos; ahora
que ven peligrar su hegemonía se apresuran a lavar su imagen deteriorada por
tantos imputado o presuntos defraudadores en sus cuados. Siendo así no es de
extrañar que emerjan nuevos partidos unos de corte populista, que sin duda
tendrán sus adeptos, y otros ya presentes en el escenario político que no han probado
el poder y puedan gozar de un voto de confianza, en cualquier caso, lo cierto
es que las nuevas generaciones demandan gente honesta y comprometida que
configuren partidos que escapen a los parámetros de los partidos tradicionales,
partidos dinámicos, horizontales, innovadores, transparentes, con planes y
programas creíbles y realizables.
Pero el poder es una droga que consumida
durante demasiado tiempo deteriora, corrompe y embrutece, por ello deberían
limitarse los mandatos. Quizá el poder en siglos pasados era difícil cambiarlo,
quien lo ostentaba lo utilizaba a su antojo y beneficio. Hoy en democracia es
fácil de obtener, complicado de ejercer y sobre todo fácil de perder. No
obstante hemos visto como algunos partidos en comunidades autónomas han logrado
permanecer en el poder más de dos décadas, indicativo de que el sistema tiene
sus lagunas y los grandes partidos
intentan blindar las leyes electorales que en su día eran válidas como punto de
partida, pero que hoy no les vendría mal una reforma acorde con los nuevos
tiempos.
Soy de los que piensan que no
existe democracia sin partidos políticos, y para la estabilidad de un país es
necesario que existan partidos hegemónicos, sin embargo en el punto que nos
encontramos, éstos deben regenerarse, dejar de ser antros de corrupción,
abrirse al exterior dando paso a savia nueva con nuevas ideas, dejar de ser
oligárquicos, desvincularse de sindicatos y patronales, ponerse al servicio de
los ciudadanos e intereses colectivos, concretar cambios políticos e
institucionales que sean útiles y eficaces y atender a la comunidad que, no
olvidemos, es a la que deben servir.
Sé que pedir todo esto parece
una utopía pero confío en que todavía existe gente honesta, cabal y entregada, que
en los meandros de sus conciencias no exista laxitud de compromiso que pueda
producir un relevo en los grandes partidos, que aclare el oscuro panorama que
se nos puede venir encima.
Tarragona, 20 de
Marzo de 2015
Luis Álvarez de Vilallonga
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