sábado, 20 de agosto de 2016

CULTURA, UNIVERSIDAD Y ACADEMICISMO

Hoy día cualquiera se pierde por las redes de Internet, creyendo que la cultura virtual puede gozar de rigor, autenticidad, solvencia o fundamento; en realidad cuando se trata de la cultura que asociamos a sabiduría, conocimiento o erudición, acudimos a las fuentes más antiguas que permanecen incólumes a través delos tiempos.

El gran salto cultural se produce con la aparición de la imprenta de Gutenberg, pero anteriormente, instituciones dogmáticas (didácticas y pedagógicas) ya le habían otorgado  carta de naturaleza basándose en la cultura popular que las clases dirigentes habían refinado y puesto bajo tutela, primero de los monarcas de la época, y sobre todo en la Edad Media de la Iglesia. Las Universidades nacen de cooperativas y de gremios con poder autónomo pero pronto son sometidas por el Estado que las confiere oficialidad, imponiendo su propia tutela sobre la de la Iglesia, y así se establece una cultura oficial, se regula quienes pueden enseñar, que libros se permiten, o que profesiones, materias o programas se autorizan; son las credenciales universitarias.

En todo este desarrollo de la cultura, el elemento determinante es el libro. El libro es por antonomasia el transmisor del saber.
 
El Renacimiento fue  el movimiento definitivo que marcó una Europa en busca de sus raíces; sus grandes maestros, desde Petrarca a Erasmo, pasando por Tomas Moro, Nebrija, Valla, Poliziano o Vives,  nos dejaron obras inmortales, pero sobre todo el humanismo fue el sueño de una cultura completa, de un estilo de vida, de un saber inherente al hombre, que propició una oligarquía del saber.
Al margen de la universidad se desarrolla una cultura libre que basa su conocimiento en la lectura de textos ajenos a las cátedras, el diálogo y contraste particular, y así nacen las academias que, a lo largo de los años, han de adquirir un prestigio y una disyuntiva cultural a la hegemonía de las universidades que gozaban de grandes sedes y poder económico considerable.
 
Después del Renacimiento y a partir del siglo XX, el desarrollo moderno de la cultura, del saber, viene determinado, al margen del academicismo, por la libertad en el trabajo intelectual, taller artístico, u oficio profesional libre de condicionantes, constituyendo el germen del proceso creativo del hombre, apoyado en el estudio de obras y tratados considerados referentes en cada materia, una importancia decisiva para la eclosión de personajes ilustres, innovadores e influyentes con sus obras y descubrimientos, no tanto por su formación universitaria sino por su resolución libre y personal en cuanto a la autonomía e independencia creadora. Hoy las Universidades son una fuente de educación académica, disponen de medios para la investigación, convenios con empresas,  es la institución jerárquica y oficial del saber, pero el desarrollo cultural pertenece a otro status post universitario.

El deseo cultural emerge de cada hombre y tendrá reflejo en la sociedad si las instituciones cuidan las iniciativas. Las personas por sí mismas, son capaces de crear obras admirables, y en una sociedad abierta a la cultura, (en el sentido estricto del término, porque hoy a todo se le llama cultura) la importancia del  cultivo del conocimiento y perfeccionamiento personal a través de las relaciones humanas, la lectura de textos clásicos, unido al interés por el progreso científico, crea una auténtica dimensión cultural ajena a la burocratización, jerarquización e institucionalización del saber.

 La cultura no es el epítome literario que se repite machaconamente; es el estudio detenido y profundo de cualquier materia, es la reflexión serena y detallada del concepto y llegar a lo singular, a lo exclusivo y a lo trascendental, donde solo los sabios sin patrón alcanzan, quizá sin percibirlo, el nirvana cultural.

 

Luis Álvarez de Vilallonga

 Tarragona, 24 de Mayo de 2016


 

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