Superados ya 40 años de
transición democrática, cualquier persona con una elemental capacidad de análisis es consciente de que
nuestro Estado tiene una peculiaridad
política singular y determinante, que en
nuestro territorio cohabitan sensibles y marcados nacionalismos interiores.
La crisis económica destapó,
no pocas carencias y abusos en el estado de las autonomías al tiempo que el
estado central, incapaz de afrontar reformas de fondo en temas capitales como
la justicia, la educación, el modelo territorial, la corrupción o el sistema
fiscal, nos ha conducido a una situación donde las nuevas generaciones han
constatado los vicios y defectos de un
sistema incapaz de regenerarse y ante la
flagrante desigualdad social, el paro juvenil y la precaria situación laboral, provocando
el desencanto y la desafección política hacia los partidos tradicionales los ha
ido conduciendo a opciones de nuevos partidos con dudosas garantías de mejora a
tenor de lo visto hasta la fecha.
En el punto que nos
encontramos ya no cabe hablar de federalismos y nacionalismos si no es desde la
óptica de una reforma constitucional, que sin denostar las aspiraciones de unos
y otros, racionalice, actualice y solidarice las autonomías, y en ese sentido las leyes no pueden ser vulneradas por quien
siendo parte del Estado lo representa en su comunidad. En cualquier caso, hoy en
democracia, cualquier supuesto en una nueva modalidad de Estado, forma de
gobierno o sistema político, se haría imprescindible una reforma estructural
como la despolitización de la justicia, unificar competencias y sobre todo
suprimir el reparto de las cuotas politizada por los partidos y normalizar el
nombramiento de vocales del Consejo General del Poder Judicial
La educación, en términos
académicos, es otro lastre endémico que arrastramos desde la transición con un
pésimo posicionamiento en las listas de PISA (Programme for international studenta
assessment) o PIAAC (Programa Internacional para la Evaluación de la Competencia
de los Adultos); el evidente fracaso escolar impone una revisión del sistema y
homogeneizar las materias troncales en todas las comunidades autónomas. No
menos preocupante es el mercado laboral o el sistema fiscal, pero el caballo de
batalla se centra en la lengua común y su oficialidad en todo el territorio,
sin menoscabo de las otras lenguas reconocidas por la Constitución y los
Estatutos de Autonomía.
La enseñanza de la lengua común, es decir el castellano, debe ser un derecho reconocido en toda el área docente junto a las otras lenguas propias de algunas comunidades, y ese derecho no puede ser vulnerado incumpliendo las leyes establecidas, en ese sentido cualquier modalidad de Estado, forma de gobierno o sistema político debiera asumirlo como requisito indispensable para la formación académica.
El órdago lanzado por Mas al Estado de la Nación, en una carrera febril
e irracional hacia adelante, contempla la utopía nostálgica de la aventura
independentista que intentaron, entre
otros Pau Claris, logrando el período más largo de pseudoindependencia tras someterse al rey francés Luis XIII, episodio
que duro 12 años.
Es evidente y notoria la
capacidad, emprendimiento y seny del
pueblo catalán frente a situaciones complejas; solo mentes abyectas y cerradas
en el ámbito político han propiciado la fractura de la sociedad catalana,
iniciando de forma perversa una querella de la lengua, utilizándola como
frontera y como herramienta coercitiva asociada al poder, obviando que el bilingüismo
es un hecho en nuestra sociedad en la que cohabitan las dos lenguas sin traumas
ni discriminaciones en la ciudadanía avanzada del siglo XXI, quizá aspirando a
la libertad de elegir en cual educar a los hijos valorando, con cual se puede
ganar más dinero, con cual tener mayor reconocimiento social o simplemente apelando
al derecho de elección; sin embargo lo inteligente y pragmático aconsejaría dominar
ambas lenguas y utilizar cada una en el
tiempo, lugar, ámbito, circunstancia, y participación adecuada.
Intuyo que en esta campaña
electoral al Parlamento catalán, orquestada de forma plebiscitaria, oiremos declaraciones
dogmáticas, absolutistas e irresponsables que crispen el debate político para caer en una dinámica de ofensas,
descalificaciones y ataques personales, en una frenética e inútil carrera por
arañar votos; una procaz forma de confundir a las masas, presa de fácil
manipulación para el voto dirigido, porque cuando no existe capacidad de
análisis y la práctica de pensar por uno mismo es nula, se pierde el sentido de
la democracia concebida para pueblos maduros, educados y con el pensamiento
libre, donde las decisiones se fundamentan en la razón.
Confiemos que sea cual sea el
resultado prevalezcan los cauces legales y las reglas del juego san respetadas
en el “supuesto” estado de derecho.
Tarragona, 12 de
septiembre de 2015
1 comentario:
Gracias a Dios veo que estas bien ...
un abrazo
Marina
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