jueves, 18 de agosto de 2016

LA UTOPIA IGUALITARIA


Hoy más que nunca se cuestiona la igualdad del ser humano, es cierto que nacemos en contextos diversos y ello condicionará nuestra existencia, si bien la naturaleza política y social del hombre amparada a partir del siglo XIX, avala, al menos teóricamente, la igualdad de oportunidades,  en ese sentido el Estado debiera ser el garante de una sociedad igualitaria en lo que en occidente conocemos por acceso a una “vida digna” aun con toda la ambigüedad que quiera concedersle al término. En realidad es el progreso social el que nos conduce hacia la libertad, que solo es viable a través de una ética espiritual que vaya más allá del acomodo personal.

La sociedad siempre se ha estructurado desde el poder: la clase dirigente y el resto. El pueblo sirve según sus intereses al rey, al amo o al preboste de turno y así a lo largo siglos, surgen en diversas civilizaciones, las castas, esclavos, la gleba, los patricios, plebeyos o équites, los nobles y aristócratas, los siervos, los criados y los lacayos, y así se establece una injerencia cuando no complicidad entre poder y subordinación, no existe amo sin sirviente, ni reino sin súbditos, ambos se necesitan para subsistir. La burguesía del siglo XIX tuvo mucho que aprender de la aristocracia para acceder a las altas esferas de la sociedad.

La lucha de clases ha sido una constante en la historia, aún en el siglo XXI continúa vigente. Podríamos establecer que la diferencia estriba en lo económico, sin embargo existe otro factor diferencial de mayor importancia, el entorno cultural y educativo. Los nuevos ricos acceden  a los círculos selectos en decadencia necesitados de su aval económico, y así se produce la amalgama de una sociedad soez y purificada a la vez donde prima el dinero pero el saber estar también tiene su rédito. Ciertamente el rango social y el statu quo han ido perdiendo terreno en favor de los “nuevos indianos” con cuentas corrientes desmesuradas y fortunas salidas de una chistera, pero, sin pretender generalizar, hoy se echa de menos la educación, la urbanidad y la cortesía, y uno se sorprende por la ausencia de las buenas formas en una buena parte de la juventud y de una generación no tan joven, porque ser educado no está de moda.   
Recuerdo de mi niñez cuando mi tía y mis abuelas, con quienes me crie, me decían machaconamente: -cuando te cruces con una señora cédele la acera, -frente a una puerta cede el paso a los mayores, -nunca te sientes antes que lo hagan las señoras-; excuso decir el énfasis que ponían cuando se trataba del comportamiento a observar en la mesa: -se corta con la derecha, -mastica con la boca cerrada, -no levantes el codo etc... Los de mi generación habíamos logrado aglutinar en un todo, educación urbanidad y cortesía, de forma que a fuerza de ejercer su uso, afloraban de forma espontánea casi inherente a la persona cualquiera de estos atributos y el comienzo de uno era la prolongación del otro y ello convertía, en mayor o menor medida en talante de buen gusto la relación entre las personas, algo que lamentablemente tanto se encuentra a faltar en la actual convivencia "moderna". Por fortuna las normas elementales de educación permanecen en buena parte de nuestra sociedad, no así las reglas de urbanidad y cortesía de las que adolece por lo general la ciudadanía.

Hace poco escuché sorprendido la paupérrima excusa ante una interpelación a la falta de cortesía aludiendo el reprendido que se trataba de protocolos obsoletos. Pues bien sería bueno y edificante distinguir lo protocolario de las buenas costumbres, la educación, la cortesía y el buen gusto de lo grosero, lo vulgar y hasta de lo soez; no cabe duda que el cultivo entre los jóvenes de esa forma de entender la convivencia y la relación entre las personas, necesita de un ejercicio permanente desde la propia familia, lo que llamamos crear buenos hábitos.


En esa sociedad donde la capacidad económica se sobrevalora, ante un supuesto status óptimo de la mayoría en esa materia, ¿qué es lo que distinguiría realmente a los grupos sociales?, pues no cabe duda que, entre algunos rasgos y peculiaridades, la pauta concluyente en la relación la determinaría el nivel educacional en cuanto al comportamiento y actitudes personales en el trato, la comunicación y la correspondencia en el entorno social.

Nada tiene que ver el ser pobre o rico, ser educado no cuesta dinero, eso sí, es una opción libre que distingue a las personas, grupos y comunidades, es una cuestión de buen gusto, de calidad en la convivencia que proyecta a los pueblos hacia un futuro mejor y en ese sentido la utopía igualitaria pasaría previamente por la educación, la honradez y el sentido humanitario de la vida.

 Luis Álvarez de Viallonga

Tarragona, 31 de Marzo de 2016

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