Es cierto que Enrique de
Villena podría haber sido rey, pero su abuelo fue descartado entre los diversos
candidatos que se postularon en el Compromiso de Caspe. No se puede perorar en
historia sin conocer a fondo La Concordia de Alcañiz y El Compromiso de Caspe.
Todo “empezó” con La
Renaixença, un movimiento eminentemente literario por recuperar un pasado
prestigioso de obras escritas en lengua catalana, sin que ello constituyese
ningún inconveniente, es más se produce la circunstancia de que clásicos castellanos
se editan en catalán y viceversa. Pero como ocurre, desde que la historia es
historia, la política viene a entorpecer todo lo que emana de forma altruista,
legítima, romántica y cultural desde la sociedad civil. Es en el último tercio
del siglo XIX cuando el catalanismo político de adueña de la intelectualidad
catalana provocando tensiones con el resto de publicaciones del Estado.
Pensemos que en aquella época El Diario de Barcelona y La Vanguardia gozaban
del más alto prestigio, cada uno en su ámbito.
Como no se trata de rememorar
publicaciones del pasado nos centraremos en los elementos que vertebraron la
tela de araña que hoy sostiene el independentismo. Dejando atrás los episodios
de octubre del 34 y julio del 36, fechas que uno conoce por la historia (ya que
uno todavía no había tenido la suerte de nacer, soy de los que piensa que cada
vez que respiro hago un canto la vida) me referiré a lo que he vivido en
primera persona.
Entre 1980 y 2003 un personaje
con vitola de gran estadista, hábil como pocos, oportunista inagotable y
negociador inconmensurable, consiguió para Cataluña lo que, tras su declive,
nadie ha podido, ni siquiera llegarle al tobillo hablando en términos
políticos. Recuerdo que en agosto del 2014 escribí un artículo titulado “De
Honorable a reprobable” naturalmente refiriéndome a Jordi Pujol; nada más que
añadir. Le siguió el nefasto tripartito y el presuntuoso y ambicioso Arturo,
Arthur o “Artur” Mas. Iniciada la sensibilización de la nación catalana, todo
era cuestión de paciencia y atender al método preestablecido para ir avanzando
paso a paso en el proyecto de una Cataluña independiente.
La crisis económica y
social fue una cortina de humo
hábilmente utilizada para responsabilizar de todas las carencias, deudas y adversidades
al Gobierno Central, la desafortunada célebre frase “Madrid ens roba” aduciendo a la balanza fiscal, caló muy hondo en
los sentimientos del poble, pero
pronto quedo desarbolada con la publicación de “Las cuentas y los cuentos de la
independencia” de Josep Borrell y Joan Llorach, con argumentos difícilmente
rebatibles. Un descarado clientelismo, una tv3 adoctrinadora, cierta prensa y
radio fuertemente subvencionada para la causa, una inmersión lingüística que
iba más allá del lenguaje y su particular aplicación por parte de no pocos
maestros en las escuelas, unas asociaciones pseudo-civiles que aglutinaban un
poder de difícil justificación, y un simbolismo de parte ostentado en todos
edificios públicos dependientes de
La Generalitat y la mayoría de Ayuntamientos,
y por desgracia, también visibles en campanarios de muchos templos religiosos,
unido a ciertas homilías, ponía de manifiesto la politización de una parte de
la etiquetada como “iglesia catalana” cuando uno siempre entendió que la
iglesia era universal.
Unos cuantos iluminados
radicales fueron más allá de lo legalmente permitido, jugando con la
sensibilidad del pueblo, formalizando el engaño del proces, poco menos que a un nirvana catalán, llegando a lo más
profundo de su sus sentimientos.
La declaración unilateral de
independencia y el “sainete” de aquel simulacro de referéndum, fueron episodios
que demostraron que los tiempos y la añagaza del proces carecían de fundamento y viabilidad, y así llegaron junto
con la indignación las primeras decepciones, la crispación y la evidente
división de la sociedad catalana. Sería muy largo relatar todo lo ocurrido y
otorgar credibilidad a los detractores o a los adscritos al proces, porque nunca toda la razón está
siempre de una parte.
Lo cierto es que hoy la
ruptura de la coalición independentista, la torpeza e incapacidad de nuestros
políticos, representantes que dejan a la nacionalidad catalana a la altura de
un “vodevil” cuando en otras constancias hoy seriamos la sociedad moderna,
abierta y admirada de otros tiempos y motor del Estado. Pero ya no hay marcha
atrás.
Las inevitables elecciones
autonómica, más pronto que tarde, despejarán muchas incógnitas, porque el
desencanto social es evidente y a pesar de las nuevas movilizaciones que están
por venir (el veredicto del juicio y en su caso las sentencias para los
procesados están en la mente de todos) uno no descarta que puedan arbitrarse
otras difíciles fórmulas de solución; en política nada es imposible. Aun así el
atisbo de un debilitamiento o renuncia, al menos de la vía unilateral parece
generalizado, y en ese sentido seria premonitoria la sentencia final de Canio
en la célebre Ópera I pagliacci de
Ruggero Leoncavallo “La comedia è finita!”
Tarragona, 31 de Julio de 2019
Luis Álvarez de Vilallonga
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