Finalmente Pedro Sánchez fue
investido presidente. Contrasta la falta de ética, amor propio y dignidad de
una auténtico trilero de la política con la coherencia, honestidad y valentía
de la diputada por Coalición Canaria Ana Orama; posiblemente una de las pocas
personas que se salvan del bochornoso espectáculo ofrecido en el debate de
investidura.
Durante estos días nuestro
pabellón auricular ha tenido que percibir las más bajas expresiones nunca
pronunciadas en el Parlamento, y desde luego barbaridades emitidas en nombre de
la democracia que hace que nos replanteemos su verdadero sentido, porque parece
que la expresión democracia sea el talismán que lo justifica todo.
Subirse al estrado de la
Cámara de Diputados no es algo que esté al alcance de todos, por ello los
oradores deberían tener un mínimo respeto y pulcritud a la hora de exponer sus
alegatos, reivindicaciones o réplicas, sin embargo vamos de mal en peor. De la
elocuencia verbal hemos pasado a una burda charlatanería con toda retahíla de
insultos, descalificaciones y ofensas que nos constriñe a considerar el bajo
nivel de nuestra cámara y en consecuencia señalar a muchos parlamentarios sin un
mínimo sentido del saber estar, del respeto, y desconsideración a la
representación que ostentan.
Aquello de que en política
todo vale, ahora se personifica en el Parlamento, uno diría que se ha dado un
paso más; en efecto Meritxel Batet, otra “perla” que preside la Cámara, ha dado
luz verde a toda ofensa que se quiera pronunciar en el hemiciclo ignorando y
desatendiendo cualquier interpelación
ajustada al incumplimiento del reglamente.
Una vez más parece que la
democracia ampara la libertad de expresión por encima de la honorabilidad incluso
del Jefe del Estado, sentado las bases para que en ese sentido no haya límites.
Así no nos sorprendería que en esta legislatura pudiéramos llegar a escuchar insultos
y ofensas acordes con la estopa de algunos parlamentarios: “es Vd. un hijo de…
o un perfecto cab…” sin mayor problema pues la ilimitada libertad de expresión,
al menos en el lugar más representativo y soberano del pueblo, parece estará
permitido por la actual presidenta.
Que nadie se llame a engaño o
me malinterprete, no se pone en duda la legitimidad de nuestro Presidente en
una coalición y pactos todo lo rocambolescos y mercantilistas que se quiera,
pero al fin y al cabo legales. Uno que es justamente demócrata, acepta el juego
dentro de los límites establecidos por la Ley de leyes, y esta investidura,
aunque no ha sido un ejemplo de moralidad, si ha discurrido dentro de la
legalidad. Transitar por el filo que separa lo legal de lo legítimo tiene sus
riesgos y aunque la moral adquiere su peso específico en la política, no es
determinante. Si en justicia la reparación exige una penitencia, en política el
perdón exige un arrepentimiento que solo afecta a la moral, y en todo caso no
tiene efectos prácticos porque política y justicia no van siempre de la mano.
Hemos de asumir que estamos ante un cínico hedonista que ha tenido la habilidad de manejar todos los manuales facticos a su alcance para alcanzar el poder, pero esto es lo que el pueblo ha querido, y por mucho que los varones del PSOE hayan sacado pecho en su momento fiscalizando ciertos pactos, a la hora de emitir su voto, ha pesado más la retribución del puesto que ocupan a las convicciones morales, de las que me remitía al inicio, de la Sra. Orama. En cuanto a los pactos con ERC todavía hay mucho por conocer y solo Sánchez sabe o cree hasta dónde puede llegar.
Confiemos que la cordura
regrese al parlamento y se recuperen las formas. Aunque no soy quien para dar
consejos, propondría a buena parte de los diputados que leyeran o en su caso
releyeran el Pigmalión para no desentonar.
Tarragona, 8 de Enero de 2020
Luis Álvarez de Vilallonga
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