lunes, 13 de abril de 2020

ALGO SOBRE EL LIBERALISMO

Cuando me siento ante el ordenador, pasan por uno multitud de ideas sobre las que escribir. Un recurso fácil y actual aunque comprometido, es elegir un tema político, pero opinar  sobre ideas políticas, siempre es más fácil que involucrarse en ellas.
Todos los partidos políticos cuando han gobernado han sido susceptibles de responsabilidad por problemas de desigualdad, racismo, pobreza, exclusión, feminismo, violencia de género, etc… que son inherentes a nuestra sociedad y objeto de debate, aunque ya hemos visto el interés que tiene el congreso en abordarlos, deshojando sin sentido la  margarita electoral. 

Cuando alguien se empecina en anteponer los intereses personales y de partido a los problemas que urge abordar en el país; la reciente convocatoria de nuevas elecciones muestran el menosprecio de un presidente en funciones hacia todos los partidos del arco parlamentario, y lo que es más grave hacia los propios ciudadanos.
Hastiados de tanta incertidumbre, abordaremos el tema que enuncia el titular. Se trata de situar el liberalismo en la actual coyuntura. El liberalismo como sistema político ha sufrido un descrédito por diversas causas. Su éxito en las últimas décadas del siglo XX hacía presagiar un modelo estable y duradero, pero la pérdida de credibilidad  por un exceso de confianza ante el apoltronamiento de sus líderes, pasando por las contradicciones del modelo económico que colisionaba con la ideología moral que establece límites para cualquier exceso, hizo replantear su filosofía. 
Bien es cierto que el llamado nuevo pensamiento liberal no debería pretender cambiar la sociedad de forma radical; dejar lo que funcionaba bien y cambiar lo que no funcionaba, aglutinando conceptos válidos de la Social Democracia y de la Democracia Cristiana, dejando el campo libre a la competitividad y, porque no, a la meritocracia y la inclusión.
El liberalismo nunca escapó a los antiguos ataques de fascistas y comunistas y lo cierto es que en la actualidad el autoritarismo tanto de izquierda como de derecha, también de los populistas retrógrados y progresistas, se opone a todo cuanto tenga un cierto sahumerio liberal.

Ciertamente que el capitalismo ha incidido de forma determinante sobre el sistema liberal, debiendo asumir sus inconvenientes y ventajas pero siempre como fuerza desencadenante para el crecimiento de la humanidad. Hay circunstancias que podrían atribuírseles cierta debilidad en la voluntad política de afrontar de forma clara y rotunda su argumento moral en la identidad universal e individual del ser humano o en los derechos universales, en la educación, la sanidad y el empleo, o el tratamiento de la pasada gran crisis, allá en los países donde han tenido responsabilidad de gobierno.

Es cierto que en España desde la Constitución de 1812 de las Cortes de Cadiz (la Pepa), la idea liberal ha sido una constante derrotista; solo en la transición, durante el gobierno de UCD hubo unos momentos de incipiente vigor por el liderazgo de Adolfo Suarez, que pronto se vino abajo por la divergencia de ideas sin calado social, dentro de los gobiernos centristas y sus propios militantes. 

En el capítulo de la economía liberal, ha habido un desliz incuestionable hacia el neoliberalismo salvaje, una perversión de los patrones económicos y financieros que chocaban directamente con el concepto político liberal.         
El término “neoliberal” culminó con la desregularización financiera en EEUU en 2008 y la globalización económica con las salidas libres a la financiación económica.
La caída de Lheman Brothers por las hipotecas y sectores financieros en Wall Street provocó aquella sangrante recesión, de cuyas consecuencias todavía se resienten los estratos más necesitados de la sociedad.

Vemos pues los rasgos más destacados del actual liberalismo:
La desigualdad desorbitada sin límites es una lacra y pone en peligro la propia democracia. Cualquier sistema precisa ser revisado, adaptado a los nuevos tiempos; con mayor razón después de sufrir una gran crisis económica de cuya globalización nadie salió indemne.

No prometer un crecimiento al progresismo infinito, pero tampoco un estancamiento en un conservadurismo sin ajustes reales. Cambios graduales pensando siempre en los efectos negativos sobre los más desfavorecidos. Creer en la dignidad humana requiere una fe axiomática. El derecho universal es un valor intrínseco e inalienable. y La autenticidad debe responder ante la moralidad.

Ante estos postulados en el amplio abanico liberal que abarca posiciones conservadoras y progresistas. Uno se pregunta: ¿Dónde quedan con los principios éticos parara gobernar la sociedad? La teoría es un concepto y otra cosa el llevarlo a la práctica de forma honesta y arriesgada.

Tarragona, 23 de Noviembre de 2019

Luis Álvarez de Vilallonga




No hay comentarios: