martes, 21 de abril de 2020

PROGRESISMO Y REGRESIÓN MORAL


El diccionario de uso María Moliner define como Progresismo político: “Conjunto de ideas políticas de quienes son partidarios del cambio o evolución rápidos y profundos en las formas de vida colectiva” (progresista) 

Para abordar el concepto es necesario  considerar el mencionado progresismo político junto al moral y estético, circunstancia de la que suelen adolecer los políticos que lo utilizan voluntariosamente.    
En principio, el empirismo antropológico sobre esta materia indica que en la moral humana no existen, en origen, estadios predeterminados.

A través de la historia se han sucedido grandes progresos morales en la sociedad substanciados a través de leyes y derechos institucionalizados: Abolición de la esclavitud, Declaración Universal de los Derechos Humanos, reconocimiento de los derechos de los trabajadores, emancipación de la mujer, supresión de la discriminación por raza, orientación sexual, religión, xenofobia o violencia de género, hasta alcanzar un cierto estatus moral teóricamente irreversible.

Las izquierdas se llenan la boca de una forma machacona, casi convulsiva, del término progresista, como si hubiesen heredado el usufructo de su transcendencia, al tiempo que son incapaces especificar con claridad en que consiste este engreído progresismo, si no es aludir al siempre genérico progreso social, bienestar de la clase trabajadora, sindicalismo de clase y democracia.
Si progresismo es desproteger al nasciturus con una nueva ley “progresista”, impedir la reforma del código penal con endurecimiento de penas a violadores o asesinos de mujeres por violencia de género, en lugar de adopción medidas proteccionistas insuficientes y sin efectos reales; sería bueno considerar (aunque la justicia castigue no por lo que se es, sino por lo que se hace) actitudes, entornos y antecedentes de personas susceptibles de tipificar sus perfiles como potenciales maltratadores y delincuentes, antes de que se produzcan desenlaces irreparables. La supresión de corridas de toros, los movimientos animalistas sectarios o exonerar de responsabilidad a políticos y concederles el estatus de aforado, son medidas que nada tienen que ver con una progresismo positivo.
La regresión moral, para muchos es una realidad. La sociedad se ha acostumbrado a la corrupción, a la delincuencia, a la ocupación de viviendas, a ver un parlamento carente de representación real, cuando se decepciona al votante y los principios que le llevaron a confiar en un discurso político; cuando la seguridad en las calles tiene horario para los ciudadanos, o cuando los símbolos tradicionales de nuestra fe son ultrajados impunemente. En ese sentido la regresión moral es evidente.
Las redes sociales se han apoderado de un rumbo, político y social donde la ofensa es un derecho y el internauta se somete a la norma colectiva, desafía  cualquier límite que pueda coartar su libertad de expresión y la transgresión de reglas morales es una constante.

Sin embargo el manejo de la semántica ha sido un gran logro desde lo políticamente correcto. Ya nadie utiliza el término despectivo “marica” porque la homosexualidad está reconocida y empleamos el término gay, también el término “subnormal” como discriminatorio ha desaparecido y sustituido por discapacitado, que a su vez ha sido finalmente substituido por  diversidad funcional. En ese sentido el progresismo ha sido una realidad importante, sobre todo en las formas.

Un progreso significativo, incuestionable, efectivo y moral, fue el cese de enfrentamientos, por cuestiones de venganzas enquistadas tras años de la sangrienta guerra civil y la dictadura que dejaron paso al entendimiento, aceptando la concordia substanciada en una ley común aprobada mayor y democráticamente (es el caso de nuestra modélica transición). 

El progresismo estético, no se concibe sin una autonomía independiente del ente político y su poder. Recordemos una obra de Balthus que denota una mirada complaciente sobre menores cuya cosificación es moralmente insana o cuanto menos dudosa. Miles de firmas solicitaron su retirada del Metropolitan Museum de Arte de Nueva York, (ciertamente que en EEUU existe una pate de la sociedad eminentemente puritana) la propuesta no prosperó, la autonomía estética prevaleció sobre la moral.
Arrogarse la propiedad, del progreso es una falacia que encierra el peligro que termine por restringir las libertades civiles, la pérdida de confianza en los tribunales de justicia y la deriva  hacia formatos populistas alternativos que se aparten del régimen de libertades democráticas del que todos en su día nos dotamos.

Es evidente que más allá del juicio punitivo, la moral colectiva está enferma, urge pues una regeneración que aporte un vasto orden de valores que ocupe los vacíos morales.

Tarragona, 16 de Diciembre de 2019

Luis Álvarez de Vilallonga



No hay comentarios: